Hay un tema central
en los medios y es el de la libertad de expresión: ¿Cómo
es la “convivencia” entre esa libertad y el control
de los contenidos de lo que se emite por los medios de radiodifusión?,
¿Cuál es su opinión?
Bueno, usted está
poniendo el énfasis en un punto que es fundamental, no sólamente
dentro de las libertades humanas: es uno de los elementos básicos
para la existencia de la vida en democracia. Es, en definitiva,
la facultad del hombre de poder expresarse libremente a través
de los medios que la tecnología pone a su disposición.
Dentro de esa idea, somos partidarios de la más
absoluta libertad de expresión. Libertad de expresión
que debe alcanzar a los medios de cualquier tipo que sean: medios
gráficos o medios electrónicos, llámese radiodifusión,
llámese radio y televisión. Pero, al mismo tiempo,
la existencia de aspectos peculiares de esos medios hace que también
tengamos que diferenciar las consideraciones con respecto a la libertad
de expresión. Eso es así porque un medio gráfico,
por ejemplo, es una empresa comercial que se establece libremente
por parte de quien tiene el capital para instalarlo y tiene la voluntad
para arriesgar ese capital. De modo que sin ningún otro requisito
se instala y opera ese medio gráfico, sea una revista, sea
un diario.
Distinta es la situación con los medios electrónicos,
porque son mecanismos técnicos cuyas señales viajan
por frecuencias, por canales o por ondas que son patrimonio de la
humanidad y con respecto a los cuales, los estados no tienen un
derecho de propiedad. En estos casos, los estados son administradores
de esas frecuencias y de esos canales al sólo efecto del
ordenamiento del espectro radioeléctrico, para evitar superposiciones,
interferencias y problemas. Y como, por otra parte, se trata de
mecanismos tecnológicos limitados, el estado es el que, dentro
de ese principio de administración, realiza las licitaciones
por las cuales adjudica estas frecuencias o canales a aquellos ciudadanos
que de acuerdo a su libre entender y al análisis de las propuestas
están en mejores condiciones personales, profesionales y
culturales que otros para acceder a esas frecuencias. Estas frecuencias
son privilegios que se otorgan a una “hiperminoría”
en cada lugar, en cada área de cobertura de servicio. Y esa
“hiperminoría” privilegiada debe responder a
determinadas condiciones que están establecidas, generalmente,
en las normas de comunicaciones y en las leyes de radiodifusión
de cada país. De modo que, en esas condiciones, la libertad
de expresión y en muchos aspectos la operación de
esos medios cae bajo el principio general de la supervisión
del estado.
Personalmente, como radiodifusor privado, he luchado
toda mi vida a través de las instituciones internacionales
y a través de las mismas entidades empresariales para mantener
al estado al margen de la interferencia en los medios privados.
Porque normalmente esa interferencia empieza por ser administrativa,
pero termina siempre directa o indirectamente afectando principios
de libertad de expresión. Si bien es cierto que el estado
no debe interferir, no es menos cierto que la libertad de expresión
no es una libertad irrestricta. No existe ninguna libertad en nuestro
derecho, en nuestro ámbito jurídico, que sea una libertad
irrestricta.
Como tal, exige que sea ejercitada responsablemente.
Dicho de otra manera: debe ajustarse a normas que, dentro de la
libertad de elección y selección de temas, de opiniones,
de contenidos y de programas, mantengan determinadas líneas
y, fundamentalmente, se mantengan en línea con la naturaleza
de los sistemas de radiodifusión. En nuestra ley, la actual
ley vigente, la 22.285, el artículo primero establece que
la radiodifusión es un sistema de interés público.
Y esa definición, por si misma, es todo un condicionamiento
a determinados procedimientos y a determinadas conductas que los
radiodifusores, sean radio o televisión, deben respetar y
deben cumplir, para estar permanentemente encuadrados en esa norma.
Esa es la primera parte.
¿En el espíritu de lo que usted
manifiesta está implícito que los operadores deben
tener un control propio por el que se limiten a sí mismos?
Eso que usted está señalando se halla
dentro del campo de la autorregulación. El campo de la autorregulación,
en el sector privado, se ha venido desarrollando con altibajos.
Yo diría que, en general, existen en muchos sectores determinados
códigos de autorregulación, códigos de ética
(tienen distintos nombres) que en muchos casos han sido suficientes
para encarrilar, debidamente, conductas, procedimientos y acciones
comerciales. Pero en otros casos no lo han sido. En otros casos
han fracasado y no han sido capaces de poner coto a los excesos
que se pueden producir en la operación diaria, constante
y permanente, de medios que están durante las 24 horas en
el aire operando. A veces operan y funcionan en condiciones críticas,
en condiciones políticamente difíciles, en condiciones
en las que, cuando la sociedad se encuentra abocada a serios problemas,
es justamente más necesario que nunca el equilibrio del radiodifusor
y que emerjan las condiciones intelectuales y morales que, supuestamente,
fueron la base para la adjudicación de su licencia.
¿Qué diferencias observa usted
como más relevantes entre esta etapa en la que la mayoría
de los operadores son privados y la anterior, en la que el sector
estaba en manos del Estado?
En primer lugar, hay una
enorme diferencia que puede plantearse que es, simplemente, la multiplicidad
de expresiones y el hecho de que la comunicación no sea,
exclusivamente, producto de un monopolio público. Nosotros
en la Argentina hemos vivido dos grandes etapas de monopolio estatal.
El primero fue en los años iniciales, porque la televisión
argentina se inició siendo monopolio estatal. En el año
1951, Canal 7 inició sus transmisiones y durante casi una
década, hasta mediados de 1960, tuvo la exclusividad de esas
transmisiones.
En el 60 empiezan a aparecer las primeras licencias
de la televisión privada en el país y esta situación
mixta, este sistema mixto de televisión privada y televisión
pública, se mantiene hasta 1974 en que, por un decreto del
gobierno peronista de esa época, presidido en ese momento
por Isabel Martínez de Perón, el estado incauta los
tres canales básicos de la Capital Federal, el 9, el 11 y
el 13. Al 2, que estaba con un conflicto, se lo interviene también,
pero como estaba con un conflicto hay que ponerlo aparte. Tres canales,
fundamen talmente, quedan después en manos del estado por
muchos años. El 11 y el 13, decididamente, quedan hasta 1989.
En cambio, por una resolución judicial, Canal 9 es devuelto
a sus propietarios, a sus permisionarios iniciales, en 1984. Pero,
de todas maneras, durante este período se vuelven a reproducir
los mismos problemas que se produjeron durante la existencia de
un Canal 7, canal estatal único, dando exclusivamente un
servicio visto desde la óptica del gobierno de turno, donde
el principio de la multiplicidad de opiniones, de criterios y de
puntos de vista con respecto al manejo de la opinión pública
no existía, porque obviamente un canal estatal responde siempre
a determinadas normas, a determinados principios y a determinadas
instrucciones. Lo prueba el hecho de que el Canal 7, por ejemplo,
desde tiempo inmemorial, prácticamente desde que apareció,
ha estado operando en dependencia de la Presidencia de la Nación,
a veces del Ministerio del Interior, a veces hasta del Ministerio
de Obras Públicas, del Ministerio de Economía; pero,
únicamente, durante casi dos años, en casi más
de cincuenta años de existencia, estuvo dependiendo del Ministerio
de Educación y Cultura, que es en mi opinión el área
natural en la que debería operar, sin dejar de lado las funciones
informativas y de difusión que le puedan corresponder. De
manera que la diferencia fundamental entre una operación
de monopolio estatal y una operación mixta en donde esté
también el sector privado es que, a través de este
sector, se abre la posibilidad de multiplicidad de opiniones y una
mayor facilidad de acceso de los individuos a esas opiniones.
Doctor, ¿no se corre el riesgo de que
al dejar todo en manos privadas no haya un canal de expresión
para determinadas cuestiones de interés público?
Yo creo que la pregunta
suya, en condiciones normales, merecería una contestación
afirmativa.
Digo, en condiciones normales, porque la experiencia
nuestra de más de cincuenta años de televisión
estatal es simplemente lamentable. Porque después de más
de medio siglo de televisión estatal, todavía no sabemos
qué vamos a hacer con el Canal 7, discutimos todavía
qué programación debe tener, discutimos aún
cuáles son los contenidos que debe tener, cuál es
su dependencia natural y por otra parte, Canal 7 ha sido, relatando
solamente hechos históricos y salvo determinados períodos
de excepción, una fuente permanente de problemas de todo
tipo: de corrupción, de problemas sindicales, ha sido una
fuente de desorden administrativo.
Además, muchas veces con su accionar ha desmantelado
y afectó el mercado publicitario. Por otro lado, jamás
ha tenido los contenidos de programación y los tipos de programación
que, como usted dijo en la pregunta, hubieran debido ser la característica
fundamental de un canal del estado. De modo que, en nuestro caso,
no se han cumplido las condiciones para que uno pudiera desear que
Canal 7 subsista, pero creo que lo necesitamos. Necesitamos una
buena empresa estatal de televisión funcionando dentro de
los parámetros que le corresponden como empresa estatal.
¿Hay modelos en el mundo de este sistema
mixto que estén funcionando bien?
Desde ya, en todas partes
del mundo. Nosotros fuimos de los primeros en tener televisión
en el mundo y fundamentalmente, televisión estatal. En el
mundo, la televisión se inició, comercialmente, en
1949 en Estados Unidos y nosotros, en 1951. El 17 de octubre, se
inauguraba Canal 7 con la transmisión desde la Plaza de Mayo.
De manera que fuimos uno de los primeros países del mundo.
Desde entonces, ha habido una multiplicidad de sistemas
que se han ido estableciendo y que están funcionando. Y son
sistemas mixtos. Fíjese que funciona la BBC junto con un
sistema de televisión privada. También en España,
coexisten televisiones de distinto tipo. En Italia. Yo podría
decir que, en muchos casos, las televisoras estatales tienen excesos
y son objeto de serias críticas; pero, obviamente, eso depende
de la naturaleza de cada mercado y de las reglamentaciones que existan
y del modo en que se respetan las normas.
En este tiempo reciente, medido en términos
históricos, la irrupción del cable no es un hecho
menor. ¿Qué impacto ha causado en el sector?
El cable, evidentemente, es un fenómeno
que en nuestro país ha comenzado a impactar a partir de los
primeros años de la década del 80. En realidad, la
influencia del cable aumenta desde el momento en que los satélites
de comunicaciones permitieron que el cable pudiese entregar y distribuir
programaciones diferentes a las que, en ese momento, estaban entregando
los canales normales de comunicación o canales abiertos.
Ha permitido el cable una segmentación de esa programación
y ha permitido, entonces, que audiencias minoritarias pero con preferencias
bien definidas hayan encontrado el canal de su preferencia. El cable
tiene, sin embargo, dos dificultades. La primera dificultad es que
implica un costo, un abono mensual, que no es lo mismo que la televisión
abierta que es gratuita y es general. Segundo, el cable tampoco
tiene la facultad física de poder llegar a todos los rincones
del país y a todos los lugares. Es decir que, en términos
generales, podríamos decir que el cable cubre aproximadamente
entre un 60 y un 70% de nuestro territorio; pero hay por lo menos
un 30% que no es cubierto. Esa diferencia ha sido suplida, en parte,
por la televisión directa satelital. Existen en el país
los mecanismos de televisión directa que hacen que las señales,
a través de los satélites, lleguen directamente a
una antena receptora sin necesidad de poner cables, lo que sería
imposible, a través de centenares y a veces, miles de kilómetros
de distancia. Salvo esas dos ventajas, que yo diría que son
importantes, no veo ninguna otra, porque piense usted que la televisión
privada, gratuita, abierta, alcanza a cubrir, prácticamente,
el 95% del territorio nacional. Y esa es una ventaja tecnológica
realmente insuperable.
¿Cuál es su opinión en cuanto
al marco regulatorio de la actividad para el sector? Y, por otra
parte, ¿cree usted que la Facultad de Derecho de la Universidad
de Buenos Aires puede contribuir en la elabración de las
herramientas necesarias?
Hablando en términos
generales, yo diría que lo que falta en el país es
el respeto por la Ley y el cumplimiento de las normas. Nosotros
tenemos una vieja ley de radiodifusión, digo vieja porque
es del año 1980 ó 1981 y esa Ley ha sido sucesivamente
modificada y recortada. Pero, en fin, aún con todos sus recortes
y modificaciones podría ser útil a mejorar la condición
de nuestra radiodifusión. En este momento nuestra radiodifusión,
sin exageraciones y abarcando no solamente el tema de las licencias
de cable, de radio, de televisión, fundamentalmente de radiodifusión,
está en un estado casi caótico. Y eso es porque no
se respetan las pocas normas que subsisten en la materia. Esta ley
22.285 no es respetada en lo más mínimo. La autoridad,
que es el COMFER, por una razón o por otra, por razones políticas,
por razones personales o por cualquier otra razón que se
quiera interpretar, no cumple la función de supervisión
que la Ley le ha reservado a este organismo. Y esto se da, quiero
dejarlo expresamente aclarado, no sólo en la actual administración
sino que incluyo a las administraciones anteriores y a las anteriores
de las anteriores. Hay toda una declinación del poder supervisor
del Estado en materias fundamentales como son, en algunos aspectos,
los contenidos de los programas en radio y televisión. Hay
un abandono de esa tarea que es realmente peligroso y yo diría,
desde el punto de vista de la sociedad, que le está causando
un daño casi irreversible; porque creo que sí, tenemos
que hablar mucho de la libertad de expresión; pero, también
debiéramos preocuparnos, fundamentalmente, por la calidad
de la expresión. Y para eso tenemos que hacerlo, únicamente,
respaldados en la Ley. Y para eso debemos tener buenas leyes y debemos
tener la voluntad, como buenos ciudadanos, de aplicarlas.
Con respecto a la segunda pregunta: desde ya. La
Facultad de Derecho de Buenos Aires y las otras casas de estudio
del Derecho pueden ser centros importantísimos desde los
cuales se promuevan, no sólamente las modificaciones necesarias
para reestablecer el orden alterado totalmente en mate ria de radiodifusión,
si no también para inspirar, en los profesionales que vayan
egresando de estas casas de estudio, el necesario principio del
respeto por la Ley y el cumplimiento de las Normas.
Quiero aclarar algo que me pasa, y lo expreso dentro
del más amplio respeto por la libertad de expresión:
creo que no se puede utilizar la libertad de expresión como
un escudo dialéctico para esconder y disimular violaciones
de la misma Ley, muchas violaciones, burdas violaciones. Creo que
ese es un problema muy serio que deberá ser resuelto en el
futuro y que de nosotros depende.
No hay ningún organismo internacional que
nos tenga que venir a decir de qué manera tenemos que hacer
para modificar este estado de cosas. Eso depende exclusivamente
de nosotros. Esperemos tener la sabiduría para poder encararlo.
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