¿Para qué
piensa usted que sirven, hoy, los medios públicos de comunicación?
En la pregunta, creo que está incorporada,
involuntariamente, una de las cuestiones que nos permiten decir
que no puede ser respondida. Los medios públicos, hoy, no
son públicos. La Argentina tiene es medios gubernamentales.
Y ésta es una diferencia cualitativa, esencial, a mi modo
de ver. Entiendo por medios gubernamentales a los que responden
política, administrativa y estatutariamente a la voluntad
del poder surgido de las últimas elecciones. Hoy, en la Argentina,
los tres medios que están en manos del estado, que son la
Agencia de Noticias telam, Radio Nacional y Canal 7, son propiedad
teórica de la sociedad, pero son gestionadas como si fuesen
una prerrogativa excluyente por el poder surgido de las últimas
elecciones. Cuando el actual poder político termine su mandato,
aguardemos que sea cuando así lo dice la Constitución,
el próximo gobierno, si no se modifica la actual normativa,
se hará cargo de ellos como se hace cargo de una Secretaría
de Estado o de cualquier tipo de oficina que depende directamente
del poder político. Yo entiendo, por medio público,
en contraposición a esto, un medio de comunicación
sobre el cual existe una soberanía cierta de la sociedad
civil. La sociedad civil, hoy, no tiene participación ninguna
en los medios llamados públicos.
Por eso, el Sistema Nacional de Medios Públicos
que es el esquema legal que existe en la Argentina para manejar
Canal 7 y Radio Nacional lleva un nombre que no se compadece con
la realidad. Se debería llamar “Sistema Nacional de
Medios de Gobierno”. En el fondo es una farsa, si consideramos
que público es aquello que efectivamente pertenece al público.
Desde la recuperación democrática,
¿Usted tiene la percepción de que esto fue siempre
así o hubo períodos donde se apuntó a modificarlo?
La única modificación cierta, que
llegó a convertirse en Ley de la Nación y fue vetada
por el Presidente De la Rúa, fue la Ley que se aprobó
a finales de 1999 mediante la cual se creaba rta, Radio Televisión
Argentina. Esa Ley establecía que se creaba un organismo
con control parlamentario que estaba bajo la esfera del poder parlamentario.
Quiere decir que los partidos políticos tenían, más
allá del gobierno, del Poder Ejecutivo, una posibilidad de
monitoreo, de supervisión. En ese momento, el Justicialismo
descontaba la derrota ante la Alianza y, como modo de asegurar su
participación en la administración de los medios ante
un eventual gobierno de otro signo, se dio una coyuntura rarísima
en la historia política argentina, por la cual el peronismo
terminó votando junto al radicalismo en el Congreso. Una
de las primeras decisiones que tomó el gobierno de De la
Rúa, bajo inspiración de la Secretaría de Medios,
fue vetar rta y crear, vía administrativa, el Sistema Nacional
de Medios Públicos, que es una sociedad del estado que, repito,
padece de una confusión ontológica esencial. Habla
de unos medios públicos que no son públicos. Lo contrario
de privado no es necesariamente lo público. Lo contrario
de privado puede ser gubernamental. Y yo me temo que, en muchos
casos, lo gubernamental puede ser tan privado como lo más
acérrimo de lo privado en el sentido de apropiación
de algo que no me pertenece o de apropiación de algo sobre
lo que cual yo impongo fronteras infranqueables.
En función de este panorama ¿para
qué tendría que servir, exactamente, un medio público
de comunicación?
En el escenario contemporáneo de los
medios, uno puede tomar, digo yo, dos caminos para responder esa
pregunta. Un camino propositivo o un camino por la vía de
la exclusión. Este último me diría: para hacer
todo aquello que no hacen los medios privados.
Sería una manera de definirlo.
Por el camino propositivo yo diría: desarrollar
un programa de acción que corresponde por definición
al Estado y a la sociedad civil que en él se supone que se
debe expresar.
De la misma manera, como el Estado organiza la
realidad en función de parcelas y existe la educación
y existe la salud y existe la seguridad y existe la justicia; del
mismo modo, yo tengo la sensación de que, expresando todas
esas necesidades y otras, tiene que existir un sistema público
que se haga cargo de la tarea pendiente, vigente en su deuda con
la sociedad, de educar, de informar y de proponer vías complementarias
a través de los medios a todo aquello que no se da, espontáneamente,
en la vida cotidiana.
Yo creo que ambas vías son complementarias.
Los medios públicos deben ser, entre otras cosas, aquello
que no son los medios privados. Deben permitir a la sociedad ensayar
una respuesta diferente o una aproximación diferente a las
falsas respuestas que dan los medios privados, que además
tienen un programa de acción stand by, por ser desarrollado,
que es aquel que acabo de borronear, aposentado o basado fundamentalmente
en tareas de educación, de información civil, de recuperación
de espacios culturales, de desarrollo de programas y contenidos
que de otro modo no podrían llegar al pueblo.
¿Esta modificación, a lo que tiene
que tender el medio público de comunicación, tiene
que surgir por un reclamo del usuario que al mismo tiempo es el
sostén del medio público o tiene que venir del mundo
de la política, con un diseño conjunto de los partidos
políticos? ¿De dónde tiene que surgir?
Hay quienes dicen que proponerse en la Argentina
una realidad equivalente a lo que representó o representa
culturalmente la bbc de Londres es una perfecta ingenuidad porque
es inviable. Tal vez sea cierto, pero de todos modos no quiere esto
decir que uno no deba ensayar esa posibilidad. ¿De quién
debe venir? De una mezcla de actores de los cuales yo no descarto
a los representantes de la política. Hablar de política,
hoy en la Argentina, sigue siendo una suerte de factor de irritación
permanente para el poder verdadero, que no reside más en
la política.
Yo pienso que hay que recuperar el concepto de que
la política pueda volver a revalidarse a través de
las organizaciones institucionales y expresar con perfecta eficacia
necesidades y ansias de la gente. Pero no sólo en la política.
En los medios de comunicación en manos del Estado deberían
organizar un tipo de gestión que sea lo más representativa
posible de la sociedad civil. Esto no quiere decir, porque sería
inviable, patrocinar los medios en estado de asamblea permanente.
No estoy diciendo que el canal de televisión o la radio nacional
deberían ser una suerte de asamblea popular de barrio en
estado de hervor cotidiano. No sirve para nada y no es viable. Tiene
que haber, en consecuencia, un encuentro, una convergencia, entre
una alta representatividad de la sociedad civil y un sistema de
gestión naturalmente moderno y concentrado que permita a
los medios llevar a cabo su tarea. Uno de los disparates más
grandes, lo que sería un mamarracho, es imaginar que la mejor
manera de representar el apetito de la gente es organizar un medio
que esté respondiendo permanentemente al pedido del ciudadano.
Eso es inviable. Los medios tienen tiempo, son una industria, tienen
necesidades propias, tienen plazos de evolución y además
tienen compromisos que deben ser atendidos por una gestión
profesional. Esa gestión profesional no tiene que ser, como
opinan en el sector privado, a cargo de los que conoce del asunto
solamente. Yo necesito, por supuesto, que al frente de una estación
de radio o de un canal de televisión haya gente que sepa,
como lo necesito al frente de un hospital o al frente de un juzgado.
Yo no llamaría al frente de un hospital a un ingeniero o
a un periodista, llamaría a un médico, si fuese posible,
sanitarista; del mismo modo que en un canal o en una radio se requieren,
fundamentalmente, administradores competentes. Pero que reporten
a un esquema de conducción, de contenidos, en donde aparezca
la sociedad civil. Hoy, estos gestores responden literalmente a
las demandas del poder político o a su leal saber y entender.
Cuando el poder político no tiene nada que decir ellos aparecen
convirtiéndose en los dueños de la radio o en los
dueños del canal.
Supongamos un esquema en el que el medio público
compite también con los medios privados, sin tener necesariamente
que competir con el rating. Canal 7 sigue algunas normas que marca
el COMFER y los otros canales no. ¿En esta competencia, cómo
puede hacerse para que Canal 7 tenga las mismas posibilidades que
los demás?
Yo creo que Canal 7 debe apuntar a ser, en el más
corto plazo posible, un canal absolutamente exceptuado del aporte
de la publicidad privada. Esto es la decisión clave que hay
que tomar de una buena vez por todas y salir de esta farsa; o de
lo contrario, se debe legislar para que Canal 7 tenga un sistema
de soporte publicitario del nuevo tipo. Vale decir, que no sea la
tanda lo que se venda. La tanda son 12 minutos por cada 60. Es inviable
resignar esa cifra, esa cantidad de tiempo, en aras de una hipotética
publicidad que nunca termina apareciendo. El canal único
debería ser un canal que tuviese recursos propios a través
de algún tipo de sistema o de vía o de esquema de
financiamiento. En Gran Bretaña es la tasa anual que se les
cobra a los contribuyentes, en los Estados Unidos es el aporte que
hace el estado a través del Congreso y las diferentes comunidades
a través de la contribución privada. Debería
existir un sistema, en definitiva, que se diferenciara radicalmente
del sistema privado. Básicamente, el Canal 7 no debería
vender más un segundo con una tarifa.
No tiene solución que siga siendo así.
Lo que hay es más una farsa, lo que hay es un segundo tarifado
a un precio formal que nunca se paga en la vida real. Y lo que tenemos
es: una pantalla oficial o pública contaminada y ensuciada
por los acuerdos más inverosímiles. Dejemos de lado
el Reino Unido. El gobierno de Rodríguez Zapatero en España
acaba de presentar ante el Congreso de los Diputados un proyecto
para que la televisión privada española financie
la producción de cine español, por Ley, a través
de un determinado porcentaje de su facturación. Por supuesto
que ha suscitado la respuesta negativa de los canales privados
pero es un proyecto que acaba de ser presentado al Congreso. O sea,
en una democracia capitalista es perfectamente imaginable y factible
imponerle al sector privado determinado tipo de condiciones para
permanecer en determinado tipo de negocio. Y yo creo que en la Argentina,
que está recuperando un equilibrio luego de la década
de los 90, de lo que tiene que ver con el rol del Estado, perfectamente
podría imaginar ideas.
Yo no tengo en este momento ideas que puedan traducirse
en proyecto de ley de inmediato, pero se debería trabajar
sobre ideas que permitan explorar formas de financiamiento menos
hipócritas y sobre todo más realistas, para que la
sociedad sí pueda contar, como mínimo, con un canal
que cubra el país ya que ahora no lo cubre. Porque entre
otros de los grandes silencios está que el área de
cobertura de Canal 7 se ha reducido muchísimo físicamente
y que la radio, aún cuando cubre más, como Nacional,
de todos modos sigue teniendo grandes territorios ciegos en todo
el país. Y esto se podría realizar considerando que
los medios públicos merecen, tanto como la educación
o la salud, la inversión del Estado.
Esto parece que se puede discriminar en distintas
áreas de pensamiento. Si es un problema normativo. Si es
problema de los objetivos que se proponen. O tal vez, excluyendo
cualquier análisis anterior, si importa que compitan o no.
¿Tiene sentido que realicen productos que no vayan a llegar
a ningún lado respecto del otro?
En los veinte años largos de democracia,
hablo del gobierno de Alfonsín, del gobierno de Menem, del
gobierno de De la Rúa y los últimos dos gobiernos
de transición, el de Duhalde y el de Kirchner, la televisión
y la radio de la que, repito, se habla poco porque no se conoce
o porque se la desprecia, pero ha pasado por cosas muy similares;
viven, producto de este sistema nefasto, del manejo coyuntural de
los medios, una confusión atroz. Todos los comentarios que
se puedan hacer con respecto de la programación, por ejemplo
¿la gente sabe que en la radio pública, hoy, gobierno
de Kirchner, hay un programa de box? Producto de esta confusión
central no se permite que el espacio sea ocupado con una verdadera
alternativa. Entonces, efectivamente, yo estoy hablando de una televisión
pública y de una radio pública que desarrollen aquello
que yo no encuentro en la televisión o en la radio privada.
Si estamos hablando un 12 de julio y el domingo que viene hay un
referéndum en Bolivia de una importancia decisiva para Bolivia,
para Sudamérica, y para las relaciones con la Argentina,
yo quisiera que en Radio Nacional de la Argentina, que se escucha
en Tartagal, por ejemplo, como en Salta capital, como en otras provincias
del noroeste, todas ellas muy cercanas a la problemática
boliviana, hubiese una serie de programas, hubiese posibilidades
de comunicarse con el Presidente de Bolivia, con los dirigentes
que estén a favor o en contra y nada de todo eso sucede.
Pero sí tenemos a Georgina Barbarrosa en Canal 7 y tenemos
este programa de los domingos, este mecanismo realizado con el propósito
denunciado de darle trabajo a los actores. Entonces, engendros de
esta naturaleza podríamos citar muchísimos. Todo responde,
a mi modo de ver, a la misma confusión esencial. ¿Para
qué queremos una televisión pública, en qué
debe ocuparse su pantalla, cómo debe desarrollarse una lógica
televisiva que no implique, por ejemplo, pujar nada con la televisión
privada? La televisión estatal Argentina tiene automovilismo
deportivo profesional de Fórmula 1, que es un tipo de actividad
que debería ser exclusivamente manejada por la televisión
privada. Primero, porque la posibilidad de que ese tipo de contenidos
implique algo para la sociedad yo creo que es nula. Pero, repito,
vamos y volvemos del mismo diagnóstico. Confusión
absoluta de objetivos y falta de una definición propositiva
seria.
En cuanto a la firmeza de la aplicación
de la ley, ¿si se controlara más a los medios privados,
cosa que no se hace hoy, influiría a favor de los medios
públicos?
No. No creo. Entre otras cosas porque, una
vez más, lamento, pero son frases duras, acá vivimos
una confusión esencial. La Argentina tiene, estamos hablando
a 12 de julio de 2004, en vigencia una Ley del gobierno militar,
la 22.285, que yo nunca me canso de repetir, lleva tres firmas:
Videla, Harguindeguy y Martínez de Hoz. Esa Ley es, tecnológicamente,
prejurásica. En 1979, cuando fue emitida por la dictadura,
no existía ni la telefonía celular, ni el fax, ni
la transmisión vía satélite. Es una Ley que
corresponde a una era que podría estar situada en 70, 80
años atrás. Pero, además, políticamente,
corresponde a otro momento del país. Los organismos regulatorios
que surgen de esa Ley son, por definición, imposibles de
ser cumplimentados. El Comité Federal de Radiodifusión,
que está intervenido desde que asumió el Dr. Alfonsín,
es una estructura militar (se llama “Comité”),
en la cual, por la Ley militar que es Ley de la Nación, deben
estar representadas las tres fuerzas armadas y los organismos de
seguridad. Como esto desde la democracia se canceló, lo que
tiene es un interventor, que fueron variados personajes (sería
una linda tarea hacer una lista con quienes fueron interventores
del comfer desde el 83 hasta hoy) y que en la actualidad tiene un
señor político del justicialismo que tendrá
buenas intenciones pero que sigue “gobernando” el Comité
Federal de Radiodifusión como un feudo privado.
En una palabra: aplicar las normas y los criterios
de regulación que surgen de esa Ley y de esa entidad es un
absurdo en sus propios términos. La Argentina necesita una
redefinición global de toda la pauta normativa de los medios
y una vez que es pauta exista, efectivamente, llegaremos a la conclusión,
que hoy día es pura verdad, de que los medios privados, como
los trenes, como tantas otras cosas, no son controlados. Hay un
estado de negociación permanente por el cual hay una gran
casuística. O sea, se controla más o menos en función
del olfato de un dirigente político. El Sr. Bárbaro
piensa que es mejor conversar. Después viene el Sr. Pérez
y dice que es mejor aplicar la norma durante sesenta días
para asustarlos y después se vuelve a conversar. O sea, es
un marco normativo que es plastilina pura.
La cuestión de la asignación
presupuestaria, que siempre está marcada como el obstáculo
inevitable para mejorar, ¿es una valla infranqueable o se
pueden imaginar a partir de alternativas, de modificaciones en normativas,
modos de contribución que no signifiquen que el usuario que
hoy recibe un producto pobre tenga que, además, sobrefinanciarlo?
En un país de expectativas económicas
tan reducidas como la Argentina, no puede haber ninguna propuesta,
por más bien intencionada que sea, que parta del dislate
de decir que esto lo vamos a resolver con 70 millones de dólares.
Esto ya no es más posible. Primero, por
razones morales. Segundo, por razones presupuestarias.
No existe ese dinero. No existe mucho dinero en
ningún caso.
Yo creo que, hoy por hoy, hay un problema previo
a la inexistencia de fondos que es la pésima asignación
de los recursos. Si estamos compitiendo para pagarle salarios a
personalidades del mundo de la televisión, que no tienen
trabajo en el sector privado y aterrizan en Canal 7, estamos perdidos.
Yo diría que hay que empezarlo todo desde cero. Determinar,
por de pronto, esto: que los medios públicos van a tener
que tener una estructura en donde la sociedad civil esté,
por lo menos, representada de modo cierto y no de modo retórico.
Segundo, van a tener que responder a una planificación que
permita que salgan de la esfera de los mandatos electorales. Esta
es una de las claves. Yo sé que es dificilísimo plantearlo,
aquí, en Italia o en España. El caso de la bbc de
Londres es muy excepcional. La televisión francesa también
está bastante separada del poder político. No es sólamente
la británica. Los casos del Mediterráneo, en Italia
y España, son catastróficos. Sobre todo el de Italia,
en donde la televisión es manejada por el señor que
es dueño de la televisión privada, Berlusconi.
Por eso soy conciente de que es dificilísimo,
pero es una cuestión simple. Tenemos el caso de la televisión
de Chile, que se puede ver en Buenos Aires. La Televisión
Nacional de Chile es un verdadero ejemplo de seriedad. Tiene un
manejo que, aún cuando desde luego admite alguna mano del
gobierno de turno, permite al menos un producto mucho más
alternativo.
Respecto de la pregunta, yo creo que si se toman
decisiones audaces y sobre todo muy realistas en cuanto a eliminar
la ficción de que la televisión estatal puede competir
en el mercado publicitario vendiendo segundos como si fuera Telefé
o Canal 13 y se pasa a un blanqueo de la situación diciendo
se van a transmitir 12 horas, 16 horas o 24 horas por día
y vamos a trabajar con tal o cual criterio, podemos federalizar
la tarea de la producción, podemos establecer que de las
24 horas diarias, de pronto 6 corren por cuenta de las provincias.
Se pueden hacer muchísimas cosas maximizando los recursos
existentes y aportando, desde luego, recursos razonables, que existen
en el país. Si no, es un escándalo un subfinanciamiento.
También está el caso de Radio Nacional
que es una radio totalmente menesterosa. Es una radio que da vergüenza.
Entonces, yo creo que se pueden hacer cosas que combinen el esfuerzo
por parte del Estado que este en condiciones de realizarlo, un esfuerzo
por parte de las provincias, inclusive de las grandes ciudades y
un mejor criterio de utilización de los recursos. Todo eso
daría, a mi juicio, un resultado muy inmediato.
Para ir hacia ese punto cero, a ese nuevo punto
de partida y teniendo en cuenta el aspecto normativo, ¿debería
ser el ámbito preciso, la Universidad, quien vaya generando
las normas, los cambios en las que ya existen?
No creo que la Universidad a secas. En todo
caso los Departamentos de Derecho de las universidades más
prestigiosas podrían aportar muchísimo en materia
de derecho de las comunicaciones. Yo de hecho, si tuviera la posibilidad,
pediría la presencia y el aporte y la solidez doctrinaria
que pudieran dar. Pero, diciéndolo con todas las palabras,
este es un problema político. Debe ser resuelto con voluntad
política y cuando digo político, no digo político
electoral. Es un problema que debe surgir de las instituciones vigentes
en la República. Decir esto en un momento en que la cabeza
del poder ejecutivo se desprecia a los partidos como meras corporaciones
obsoletas es, de pronto, contradictorio. Pero sigo pensando que
el país tiene que resolver el tema de los medios estatales
y su devolución al público a través del Congreso
Nacional. ©
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