Discurso pronunciado por la Dra. Andrea Gastrón
Acto de colación de grado del día 21 de octubre de 2016
Muy buenas tardes a las autoridades de la Facultad de la Universidad de Buenos Aires; a la profesora Nonna, al profesor Más Vélez, a mis queridos colegas, a los recién graduados, a sus familiares. A todos los aquí presentes, muy buenas tardes.
Lo que voy a leer no va a ser tan largo, no se asusten. Y le puse un título: ¿por qué decidí estudiar Derecho?
Cuando recibí el llamado de la Facultad por el cual me invitaban a hablar en este acto, un acto fundante en la vida de los aquí presentes, me refiero por supuesto a los recién graduados, a sus padres y parientes más cercanos; me di cuenta que la vida me estaba regalando una maravillosa oportunidad de volver sobre mis pasos. Porque tomar ahora la palabra me remite irremediablemente a una serie de situaciones que he vivido. Al igual que ustedes, también he recibido mi diploma en este lugar. Que no es cualquier lugar, sino un lugar muy especial en cuya memoria se guardan, como en un cambalache, hechos de la historia colectiva pero que son, al mismo tiempo, tan propios y personales.
Recibir un título de grado toca nuestras fibras más íntimas, nos emociona en lo más hondo. Nos requiere de la compañía de nuestros mejores amigos, de nuestros queridos familiares, de compañeros que estuvieron a nuestro lado en las bolillas que nos tocó rendir a lo largo de una carrera jalonada de escalones de los cuales, dicho sea de paso, esté será el primer peldaño, de ningún modo el último en una realidad que cada vez más exige un estado de actualización de conocimientos permanente.
Pero, paradójicamente, no deja de tener una enorme significación social y política. Las facultades de Derecho constituyen como bien sabemos el espacio de reclutamiento y aprendizaje por excelencia de abogados y magistrados. Y además de los políticos que ocupan las bancas parlamentarias, los ministerios y oficinas públicas; los despachos privados de las grandes empresas y de las pymes; los estudios jurídicos de diversa índole y tamaño; los profesores y académicos. Es decir, de muchos de los lugares donde se toman importantísimas decisiones que afectan a toda la ciudadanía. Este no es un hecho que sucede en nuestro país de forma aislada. Muy contrario, ocurre en la mayoría de los estados de derecho del mundo. Sí, oyeron bien. De todo el mundo.
Es claro que no todos los graduados en Derecho tienen el mismo poder de decisión. Pero no es un hecho casual que la relación inversa es muy fuerte. Porque precisamente los actores políticos que han llegado a las escalas más altas del poder son, en gran medida, abogados. Y, si no me creen, pueden pasar a visitar el hall de entrada de la Facultad donde se encuentran los retratos de los presidentes argentinos que pasaron por estas aulas. Las mismas que están despidiendo ustedes, en este momento.
¿Por qué digo todo esto? Por la extraordinaria responsabilidad que implica ser egresado universitario en un país y en un continente con tantas desigualdades sociales. Solamente esta circunstancia ya habla del enorme privilegio que detentamos los aquí presentes en relación con los que menos tienen. Y, que además, viven aquí nomás, al lado nuestro. Solo debemos levantar la mirada y ver detrás de las ventanas de este mismo edificio. Haber podido estudiar, aprender y enseñar en una institución como esta sigue siendo, lamentablemente todavía hoy, un triste privilegio de una sociedad tan cruelmente desigual. Pero con mucha más razón cuando se trata de un título en Derecho, los abogados tenemos una enorme responsabilidad hacia la sociedad que nos vio nacer. Que es esa misma sociedad que tenemos metida tan adentro que ni siquiera nos damos cuenta de que la tenemos. Como tampoco somos conscientes del aire que respiramos cada día y a cada segundo.
Responsabilidad. Un tema brutalmente importante del Derecho Civil, del Derecho Penal; ¿verdad? Remite al hecho terrible, feroz, moral e incluso jurídicamente hablando de responder por los actos que cometemos y también, no es un dato menor, por aquellos que omitimos. Respondemos ante nosotros mismos, ante nuestra propia conciencia en primer lugar. Y ese es el requisito del juramento, de la promesa que hoy se nos requiere. Y respondemos ante otras personas; ante los poderosos en algunos casos, pero también, no debemos olvidarlo, ante los menos favorecidos. Ante los que no pueden ni podrían aprender ni enseñar en un lugar como este. El Derecho constituye la herramienta más fuerte y estable que encontraron las sociedades para legitimar cierto orden. Así que graduarse en Derecho otorga un conocimiento importantísimo para poder actuar en muchas esferas de la vida social. En segundo lugar, es un enorme privilegio de la universidad pública, de la Universidad de Buenos Aires, que ostenta con orgullo el primer Premio Nobel de América Latina, el Dr. Carlos Saavedra Lamas. También egresado de esta casa y de tantos otros lauros y premios. Lo digo desde una pertenencia también orgullosa, prolongada y fecunda.
Pues bien, esos mismos privilegios que hoy nos son concedidos con estos pergaminos, tan solemnemente, conllevan una extraordinaria cuota de responsabilidad. Por efecto o por defecto. Por acciones u omisiones, por lo que hacemos o lo que dejamos de hacer. Los jueces, abogados, profesores de Derecho tenemos tanto poder como para hacer trizas los sueños de la gente. O ayudar a esa misma gente a juntar los pedazos para poder siquiera empezar nuevamente a soñar.
¿Qué decirles entonces en un momento que probamente nunca olviden? ¿Cómo poner en palabras una elocuencia capaz de superar los silencios que a veces nos guardamos para ocasiones tan especiales como esta? En que la emoción nos abraza. No tengo mucho más para agregar. Son tantas las ignorancias que he ido acumulando por la vida. Solo sé que cuando pienso en las frases que compartiría con ustedes, queridos y jóvenes colegas, todo me remite al momento en cuál decidí estudiar Derecho. No recuerdo demasiado bien ese momento, evidentemente mi memoria se ha esmerado lo suficiente como para ir borroneándolo de a poco. Pero puedo evocar, eso sí, la emoción que rodea esa búsqueda. Bien se dice que, evolutivamente hablando, los seres humanos somos seres emocionales que aprendimos a pensar mucho más tardíamente. Plantear pues esa inquietud ahora seguramente nos lleve a constatar tantas respuestas diversas como graduados hay. Cada uno de nosotros, en el fondo de nuestros corazones, sabemos por qué elegimos estudiar Derecho. Hubo seguramente un momento en la historia personal de cada uno y de cada una donde alumbró esa necesidad, esa ilusión. Esa extraña sensación que acontece muy de tanto en tanto y a partir del cual se fue abriendo nuestra vocación jurídica. Me atrevería a conjeturar que a esa decisión no debe haber sido ajeno el deseo fervoroso de hacer del mundo un lugar más justo. Es a ese momento y a esa búsqueda a los cuales tal vez podríamos volver de tanto en tanto, cuando el cansancio nos vaya ganando la partida. Para no olvidarnos por qué, alguna vez, decidimos estudiar Derecho.
Nada más, muchas gracias.