Discurso pronunciado por el Dr. José Luis Gargarella
Acto de colación de grado del día 26 de agosto de 2016
Señoras, señores, muy buenas tardes.
Es un grandísimo honor para mí poder hablar hoy frente a ustedes y por eso agradezco profundamente a las autoridades de la casa que me dan este honor.
Primero que nada, colegas, felicitaciones. Esta es su fiesta y la tienen merecida. Este diploma que hoy van a llevar, no es un regalo, es un premio. Es un premio a su trabajo, a su sacrificio, a su fuerza, a su esmero, a trazarse un ideal y poner el esfuerzo tras de él. Llegaron. Merecen este premio que hoy van a recibir. Pueden estar orgullosos de eso. Disfruten de esta tarde, gocen del fruto de su trabajo. Este diploma que hoy se van a llevar es una herramienta.
Ojalá todos ustedes puedan usar esta herramienta para construir con ella una vida digna haciendo un uso digno de las herramientas de nuestra bella profesión. Nos encontramos hoy en esta circunstancia teniendo que agradecer a muchas personas que nos ayudaron a llegar a esta fiesta. Primero, está muy bien agradecer a estos afectos que nos rodean, a los papás, a las mamás, a los hermanos; a los parientes, amigos, novias, a todos aquellos que estos años estuvieron al lado nuestro, no dejándonos caer, apoyándonos, insuflándonos ánimo, tendiéndonos las mano en las horas tristes, poniendo su hombro para que siguiéramos adelante. Gracias a todos los que nos quieren por habernos ayudado a llegar hasta acá.
Y en segundo lugar, está muy bien agradecer a mis colegas, a esta plena de brillantes juristas que honran a la Universidad. Y que todos estos años nos han enseñado, cada uno desde su punto de vista, a apreciar el valor de nuestra constitución y de nuestras leyes y a apreciar y honrar el estado de Derecho. Gracias a ellos también.
Y, último, pero no menos importante, me parece muy bien que agradezcamos también a los millones de hombres y mujeres, a los millones de compatriotas que, con su sacrificio, con su esfuerzo, por la vía de los impuestos sostienen este bello edificio y pagan nuestra tarea. Gracias a todos esos argentinos. Sobre todo, podemos acordarnos de nuestros vecinos, los de aquí enfrente los de la bella Recoleta; y también los de aquí atrás, los de la Villa 31. Entorno geográfico que nos rodea y que nos recuerda cuanto falta todavía para construir una sociedad justa.
Dicen que los papás solo podemos dejar a nuestros hijos dos cosas: las raíces y las alas. Yo quisiera como profesor hoy que estas brevísimas palabras que voy a dirigirles sean el equivalente para ustedes de las raíces y de las alas. Pueden decir ustedes, nos toca ejercer nuestra profesión en tiempos difíciles. ¿Cuándo no lo han sido? Pero nosotros somos herederos de una muy linda, muy digna tradición. ¿Qué podríamos recordar? Podríamos recordar, en primer término, la época de la colonia. ¿Qué se nos decía? Se nos decía desdeñosamente. “Esa gente está destinada a vagar eternamente en la oscuridad” Pero un colega nuestro, Mariano Moreno, pensó que no; se empapó de los principios de las luces, para que no viviéramos en la oscuridad, receptó los inmortales principios de 1789: libertad, igualdad y fraternidad; que ayudaron allá a hacer la Revolución Francesa y acá a hacer nuestra Revolución de Mayo. Y si pensamos en 1816, era también una tarea muy difícil para los hombres de esa época. Pero, entre otros, nuestro colega Narciso Laprida, allá en Tucumán decidieron que los argentinos, que empezábamos a serlo, no íbamos a vivir más sujetos a ninguna monarquía, empezamos entonces con valentía a construir, es difícil claro, una república. O también podríamos recordar los tiempos de la anarquía, los años 20, vaya si había grieta ahí, grieta en serio. Y sin embargo, Bernardino Rivadavia y los juristas que lo ayudaban y los abogados que lo ayudaban decidieron en esos tiempos hacer medidas muy audaces, se animaron, casi en ningún lugar del mundo se animaban pero nosotros sí, al sufragio universal. En esta tierra, solo manda el pueblo argentino. Si el pueblo argentino no votó a aquel que manda, ese que mande no tiene derecho a estar ahí. Y también se animó a ilustrar a los argentinos que íbamos a elegir. Y entonces, tal vez porque había leído a Mariano Moreno y a su admonitoria frase: “si los pueblos no se ilustran corren el riesgo de transformar la tiranía pero sin derrotarla”. Para que eso no sucediera, Bernardino Rivadavia y los abogados que lo asesoraban crearon esta Universidad donde transmitimos las ideas en favor del Estado de Derecho y del gobierno del pueblo.
Y podemos recordar también a los hombres que a mitad del siglo XIX se encontraban todavía sumidos bajo la tiranía. Podían haber sido no valientes, y decidir sumisos al tirano, pero no lo fueron, fueron valientes, enfrentaron la tiranía, la derrotaron, y los hombres de la generación del 37 nos legaron lo que nos legaron. Juan Bautista Alberdi, sus principios informaron nuestra extraordinaria Constitución, aquella que defiende los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino. Y otro hombre de esa generación, Domingo Sarmiento se animó a educar a todo el país y llevó la luz de la razón hasta los últimos confines de la República.
Y hubo más abogados y ciudadanos abogando por cambios durante todo el siglo XX, cambios dificilísimos. Tuvieron que pelear para que hubiera democracia de verdad, para que llegara el sufragio universal. Y las mujeres tuvieron que pelear y consiguieron finalmente el sufragio femenino. Y muchos colegas nuestros abogaron por dar buenas leyes laborales para proteger a los trabajadores. Pero, sin dudas, la batalla más importante de todo el siglo fue otra vez, cuándo no, la batalla por la libertad.
Cuantas veces a lo largo del siglo XX generales mandones pisotearon nuestra libertad. Pero tenemos un gran consuelo. Siempre le fue mal. No tenían a dónde ir. En cambio, el pueblo argentino sí sabía a dónde ir y por eso siempre recuperó la libertad, siempre recuperó la democracia. Porque al pueblo argentino le bastaba recordar sus raíces, le bastaba recordar las ideas de mayo que empezaron a hacer esta república independiente.
Les bastaba recordar lo que acabamos de cantar ¿Qué dice el himno? Escuche el mundo, oíd mortales, lo que es sagrado para un argentino, a saber, la libertad, la libertad, la libertad. Hemos roto las cadenas, escuche el mundo cómo rompimos las cadenas. Nunca más dependernos de una monarquía. Ni de aquella, ni de ninguna. Vamos a construir en esta tierra una república, la forma política en la que se gobiernan los hombres libres. Y, si fuera poco, la lucha por la libertad esta expresada en la última de las estrofas que cantamos hoy ¿Qué dice nuestro himno? Nuestro himno dice: “ved en el trono a la noble igualdad”. ¿Quién se sentaba en el trono? Se sentaba el rey, el más desigual de todos los desiguales. Los argentinos, en cambio, decidimos bajar al rey del trono. Los argentinos no aceptamos reyes, ni reinas. Ponemos en el trono la noble igualdad. Ciudadanos, no olviden, estos son los principios sagrados para un argentino y, sobre todo, abogados que hoy egresan, guardianes de la ley, no olviden estos principios.
Confiamos en ustedes. Muchas gracias.