Discurso pronunciado por el Dr. Roque Caivano
Acto de colación de grado del día 18 de marzo de 2016
Señor vicedecano de la Facultad de Derecho, Dr. Alberto Bueres, señora secretaria académica, Dra. Silvina Nona, señores profesores, autoridades, graduados, señoras, señores.
Sin perjuicio de agradecer a las autoridades de la Facultad el honor que me han conferido al elegirme para brindar esta breve locución, quiero dirigirme especialmente a ustedes, a los graduados, que son hoy los verdaderos protagonistas. Sean mis primeras palabras de felicitación a cada uno de ustedes porque a través del cursado de las distintas materias de la carrera, estoy seguro que con sacrificio y dedicación, van a obtener hoy su anhelado título profesional de abogados. Ustedes saldrán hoy de aquí, al finalizar este acto, con un diploma que seguramente enmarcarán y exhibirán con legítimo orgullo. No es poco, ese diploma es el testimonio y la prueba más elocuente, documental, de tantos años de esfuerzo y de estudio, y de haber sorteado todas las exigencias que plantea la carrera universitaria. Ese documento, además los acredita como abogados con todos los efectos que la ley le atribuye. Pero sé que son conscientes de que un título expedido por esta querida Universidad de Buenos Aires no los convierte en verdaderos abogados, los habilita para empezar a transitar el largo camino de cerca.
Ser abogados, con mayúsculas y en el sentido que le atribuimos, es mucho más que poseer un título profesional. Es una vocación, es una elección de vida de quienes amamos el derecho y estamos inspirados en un ideal de justicia para contribuir a una sociedad mejor, más equitativa, honesta y pacífica. Abogado de verdad es, como decía Ángel Osorio Gallardo, quien ama su profesión, quien dedica su vida a dar concejos jurídicos y pedir justicia por cuenta de aquellos que la necesitan.
Formamos parte de una sociedad que exige de cada uno de sus integrantes la responsabilidad ciudadana más elemental, cumplir las reglas de convivencia haciendo cada uno desde su lugar su tarea con esmero y dedicación. Pero ustedes además, tendrán la responsabilidad de velar por que esas reglas se cumplan articulando los remedios legales para exigir que las obligaciones sean honradas y los derechos respetados. Ese rol que nos asigna no nos pone en una situación de privilegio, más bien nos crea una responsabilidad adicional como arquitectos para la construcción de una sociedad más justa.
Borges decía que todos somos, de un modo u otro, verdaderos protagonistas de la historia y que muchas veces dejamos de ver esta realidad por el temor que nos invade descubrir la responsabilidad que conlleva semejante poder de cambio. No debemos temer el protagonismo ni rehuir esa responsabilidad, al contrario, debemos aprovechar y utilizar ese poder de ser artífices de una parte del destino colectivo en beneficio de la comunidad a la que pertenecemos y a la que nos debemos. No creo ser original al decir que en estos tiempos lo único constante son los cambios, en algunos casos vertiginosos y esa prisa que nos vemos sometidos diariamente entraña dos riesgos principales: olvidar la vocación y los ideales que inspira la tarea del abogado, y desactualizarnos profesionalmente.
Puedo imaginar porque ya estuve en el lugar en que están ahora ustedes, que esa vocación y esos ideales, especialmente hoy están presentes, claros y definidos, pero con la vorágine en la que vivimos dedicando cada vez más tiempo a las cosas urgentes y cada vez menos aquellas realmente importante es probable que se vayan desdibujando con el correr del tiempo. Los insto a no olvidar aquellos ideales que los trajeron por primera vez a esta Facultad. Amen la profesión, trabajen seriamente y a conciencia, respeten y hagan respetar la ley, no utilicen medios ilegítimos aunque los fines que persigan sean lícitos, no denigren su credibilidad ni el prestigio de la profesión faltando a la verdad, en suma, no traicionen los valores y creencias que los convirtieron en abogados.
Cada uno de ustedes se desarrollará en distintos ámbitos de la profesión, algunos como asesores, otros como litigantes, jueces, legisladores, esa diversidad de tareas para las cuales nos hemos capacitado nos permite desarrollarnos en mundos distintos. Pero recuerden que cualquiera sea el rol que elijamos para desempeñarnos debe estar apoyado sobre una base común, la idea de justicia que nos exige rectitud, libertad y conciencia en el ejercicio de la profesión. También sé que no ignoran que el aprendizaje no terminó cuando aprobaron la última materia de la carrera, la actualización permanente, el continuo estudio del Derecho y el perfeccionamiento de lo ya aprehendido es lo único que impedirá que, como enseñaba Eduardo Couture, las transformaciones que sufren constantemente las normas y la sociedad nos conviertan cada día en un poco menos abogados.
No quiero demorar más el ansiado momento de encontrarse con sus seres queridos ya convertidos en abogados, simplemente a modo de humilde recomendación final, permítanme recordar que el decoro y la dignidad de la profesión se sustentan en la actuación individual de cada uno, y es una tarea a la cual debemos comprometernos. Porque finalmente el éxito propio depende también del respeto que sepamos ganarnos como género. No dejen nunca de creer en sus ideales, honren y hagan honrar el papel que la sociedad reconoce a los abogados, usen el don de la palabra, herramienta principal de la que nos valemos para hacer de la abogacía una tarea que los enaltezca como personas y que nos enaltezca a todos los abogados.
Estimados graduados, renuevo mis felicitaciones y les deseo el mayor de los éxitos en la vida profesional que están a punto de comenzar.
Muchas gracias.