Discurso pronunciado por el Dr. Leonardo Pitlevnik
Acto de colación de grado del día 18 de diciembre de 2015
Buenas tardes.
Es para mí un honor que me hayan invitado en esta colación de grados frente a la señora decana, las autoridades de la Facultad, profesores, jóvenes abogados y todos aquellos que están aquí movidos por el afecto. Que llenan este salón por el sólo hecho de venir a celebrar que ustedes han terminado su carrera universitaria.
Tuve la oportunidad de estar en otras juras en las que otros profesores se dirigieron a un auditorio similar a éste. En esas oportunidades pensaba: “¿Qué es lo que yo les diría a los que están recibiendo un diploma en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires?”.
Veía a todos los que estaban hoy como ustedes a punto de recibir el suyo en las primeras filas, cada uno esperando nervioso que pronuncien su apellido. Pendiente de que se levante la persona que está al lado para saber de qué se trata el turno de uno de que se tiene que levantar también. Dudando que si al momento de jurar tengo que extender la mano o no tengo que extenderla, o si se va a escuchar mi voz entre todas las voces que al unísono van a jurar de acuerdo a la fórmula que cada uno eligió. De que estamos la mayoría lo mejor vestidos para la ocasión, o lo que les puede resultar más cómodo, y no sólo ustedes, los que está aguardando subir al estrado.
Las gradas se encuentran colmadas de familias y amigos que concurrieron para compartir esta alegría. Familiares que cerraron antes el negocio para poder estar aquí en la jura de la persona que quieren. Maridos con los hijos en brazos filmando a sus esposas. Algunos con una corbata que tal vez compraron para ponerse hoy y estar en la jura de la persona que quieren. Novios, hermanas, amigos que esperan para después sacarse la foto.
Porque este momento es un momento de gozo, una de las escenas de la Facultad claramente cruzadas por el festejo, porque hoy es un día de celebración. Han terminado una carrera de grado. Algunos finalizaron una etapa de estudios que se inició cuando entraron en una sala de jardín de infantes y siguieron sin ninguna interrupción hasta aquí. Un camino con pocos respiros. Otros recorrieron un itinerario más largo, más pausado, con más obstáculos. La historia de cada uno de nosotros en algún lugar se parece, pero sigue siendo única, sigue siendo individual y sigue siendo intransferible.
Es un momento de gozo porque no sólo es el fin de un ciclo sino porque es el comienzo de otro. Cada uno de ustedes se irá de aquí con un diploma que acredita sus conocimientos sobre el Derecho. Un diploma por el cual la mejor Facultad del país certifica que son abogados. Que están en condiciones de asumir una defensa, representar los reclamos de alguien, accionar para que le sea reconocido un derecho a otro.
Yo soy egresado de esta Facultad y soy profesor aquí. Es mi casa y no puedo ser muy objetivo. Lo que si puedo y estoy es orgulloso. Es una universidad pública fundada en 1821. El cuadro que tenemos aquí adelante muestra el momento de fundación de la universidad. Se ve a Martín Rodríguez, se ve a Bernardino Rivadavia. Habían pasado cinco años de la declaración de la independencia. O sea que somos parte de una corriente que tiene casi doscientos años, dentro de poco la Universidad de Buenos Aires va a cumplir doscientos años. No es poca cosa.
La universidad pública nos ha dado la posibilidad de formarnos sin pedir otra cosa que compromiso. Vivimos en un país en el que nuestros abuelos, al menos los de mi generación, llegaron pobres, muchas veces sin hablar el idioma, alojarse en un hotel de inmigrantes. Muchos lograron que sus hijos ya fueran profesionales, pero además sus nietos que se recibieron de abogados, incluso como en mi caso llegaron a ser jueces. Y sin más que pedirle compromiso, compromiso en el estudio, dedicación, trabajo, respeto por ello que cada uno de ustedes va a jurar hoy.
Y ahora más allá de la continuidad de los estudios universitarios que pueden seguir e incluso cada uno lo haga de manera exclusiva y se dedicará a la vida universitaria. Es altamente probable que gran parte de ustedes se dedique a ejercer de un modo u otro la profesión. Una profesión que a veces tiene mala imagen. Es cierto. O es excesivamente criticada. Y que sin embargo es la que muchos de nosotros elegimos pensando en que es una herramienta valiosa para que podamos vivir en una sociedad más justa. Los abogados en sus escritos muchas veces terminan diciendo “Será justicia”.
Pensemos hoy que para algunos quizá sea el último día que pisen la Facultad, un día en el que estemos felices y cuando uno está feliz es más fácil imaginar que una realidad mejor es posible. Pensemos que esa frase estereotipada “Será justicia” podría no ser una mera fórmula, podría no ser simplemente un modisto ritual con el que se cierra un escrito.
Cuando uno ejerce la profesión, o uno trabaja en el Estado, en el Poder Judicial, tiene la posibilidad de intervenir en causas que aunque sea mínimamente hacen de este un mundo más vivible. Relaciones colectivas, derecho a la vivienda, a un ambiente sano, a una ancianidad digna, a vivir sin violencia. De esas causas colectivas entonces a reclamos ínfimos por la cual una persona hasta ahora es desoída, puede volver a sentirse por un momento protagonista.
Las posibilidades de intervención que tenemos como abogado son enormes, son enormes… “Es infinita esta riqueza abandonada” decía Edgard Bayley en un conocido poema. Hay gente que necesita hacer valer sus derechos y por las puertas de esta facultad hoy van a salir decenas de profesionales con capacidad para hacer algo por los demás.
Voy a tomar una idea de Duncan Kennedy, un prestigioso profesor norteamericano, vertida en otra colación de grados en una universidad de su país. Él les aconsejaba a los graduados que como abogados no tomaran un caso si creían que sería mejor o más ético para la sociedad que su cliente perdiera si se trata de una mala causa. Yo voy a transformar esta idea, la voy a reformular. No les voy a dar un consejo en este sentido.
En cambio voy a desearles algo que ojalá se puedan dar ustedes mismos. Yo les deseo profundamente que a lo largo de su profesión tengan la posibilidad de actuar en causas que hagan de este mundo, un mundo mejor. Una sociedad más justa. Tienen todo lo que necesitan para que esto ocurra. La universidad pública con sus debilidades y con sus fortalezas les ha dado los elementos necesarios. Pocas veces podemos tener conciencia de que estamos atravesando un momento central en nuestras vidas y este es uno de esos.
Festejemos, brindemos, saquémonos las fotos que durante años estarán enmarcadas en las vitrinas en las casas de nuestros padres o de nuestros abuelos y después sigamos adelante sin perder conciencia de todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero como decía Bayley: “Es infinita esta riqueza abandonada”.
Gracias.