Discurso pronunciado por el Dr. Tulio Ortiz
Acto de colación de grado del día 11 de septiembre de 2015
Señoras…
Señores…
Tengo el honor de hacer uso de la palabra en esta Colación de Grados de la Facultad de Derecho y dirigirme a ustedes cuando, precisamente, se están recordando los 200 años de la iniciación de los estudios de jurídicos en Buenos Aires y a un año más del fallecimiento de Don Domingo Faustino Sarmiento. Ocurrido en 1888.
Doble motivo, pues, para efectuar algunas reflexiones.
El comienzo de los estudios jurídicos en Buenos Aires, (a raíz de la creación de la Academia de Jurisprudencia), institución dependiente de la Cámara Civil de Buenos Aires, y por ende sin carácter universitario, fue, no obstante, suerte de anticipo, a la concreción (siete años más tarde) de la actual Facultad de Derecho, (llamada, por entonces, Departamento de Jurisprudencia).
Se concretaba, así, en 1821, el sueño pertinaz de Antonio Sáenz que llevó a la práctica Bernardino Rivadavia, secretario del Gobernador Martin Rodríguez, en una conjunción, tal vez, no casual de sueños y proyectos. Al frente de ustedes se encuentra el grandioso cuadro de la inauguración aquel 12 de agosto de 1821, obra del artista González Moreno.
Desde entonces, en la Casa que ha sido testigo de vuestros estudios, queridos egresados, han cursado 15 Presidentes argentinos, Juristas, e infinidad de personalidades sociales y culturales, que se sintieron honrados por el solo hecho de haber obtenido el diploma que dentro de pocos minutos se os va a entregar.
Ese tránsito casi bicentenario de la Facultad, empero, no ha sido fácil. El camino ha estado acechado, permanentemente, por quienes, desde adentro o desde fuera, han intentado –vanamente- entorpecer un futuro venturoso que el destino tiene señalado.
No es casual que hoy sea el Día del Maestro, recordando al Gran Sanjuanino, que creyó en las mas nobles aspiraciones de los seres humanos y supo casi agotar sus fuerzas- como tantos próceres de la argentinidad- para que el antiguo Departamento de Jurisprudencia tuviera el brillo que sus objetivos históricos le señalaban.
No en vano fue designado como el primer profesor de Derecho Constitucional por el entonces Gobernador Valentín Alsina, y si bien se pueda discutir la efectividad del cargo, duda no cabe sobre lo acertado de la iniciativa de Alsina.
Es que desde sus orígenes la Universidad de Buenos Aires, y su Departamento de Jurisprudencia, estuvo señalado por la consigna de que no puede haber democracia sin cultura y todo lo que tiende a destruir a una termina exterminado al otro término de la ecuación.
Bien decía el autor del nuestro Himno Nacional, (cuando siendo Gobernador Provisorio de Buenos Aires a la caída de Rosas, restableció la gratuidad de la enseñanza en la Universidad “porque es una necesidad punzante del corazón receloso de los tiranos, la extinción de los focos de luz que temen.
Esos mismos tiranos a los cuales Sarmiento había combatido con todas sus armas.
Inútil buscar un momento en que tal consigna no estuviera presente en sus estudiantes y profesores. Incluso en momentos en que pareció languidecer, indomables fuerzas de la reserva moral de la sociedad, mantuvieron encendida la luz de una antorcha que se transmitiría de generación en generación.
Glosando a Estanislao Zeballos, en célebre discurso de 1919, “Nuestra Casa no es solamente fuente de satisfacciones utilitarias”. Pues, en efecto, legítima es la obtención del título profesional, pero no olvidéis que en ella se estudia y se enseña, y es también gabinete de investigación, donde impera la libertad. Además de ser ámbito responsable de los problemas que en todos los tiempos aquejan a la sociedad y hasta de su contención.
De aquí surge buena parte de la futura clase dirigente argentina en los ámbitos sociales y políticos, lo cual torna igualmente aguda la responsabilidad de salir de ella con ambiciones dirigidas al bien común.
Cuando fue fundada en 1821 nació con algunas características que integran sus genes. Atributos de una personalidad que ha permanecido inalterable casi dos siglos, aunque con muchos avatares.
El hecho de ser una universidad pública le da una característica muy especial. Corresponde al Estado proveer los recursos suficientes para su funcionamiento, pero al mismo tiempo a ese Estado le da el derecho de pedir que sus egresados, de alguna manera, devuelvan a la sociedad el saber que han adquirido.
Es decir, que cada Egresado emerge con el compromiso de reintegrar a la sociedad lo que ha recibido gratuitamente, pues esta segunda característica también se encuentra ínsita en los momentos fundacionales, como bien recordada Vicente López en aquel célebre decreto: “como debe ser y fue siempre”, decía.
También debe permitir la pluralidad de expresiones políticas, confesionales y filosóficas, como lo fue en su origen ya que en nuestra Facultad convivía el Bentham de Somellera, con el iusnaturalismo de Antonio Sanz.
En un ámbito de plena libertad, único que facilita la discusión pacifica y la posibilidad de dilucidar certezas, pues como bien se preguntaba Stuart Mill ¿cómo podemos saber cuáles son las mejores ideas si no las comparamos y las dejamos competir entre ellas?
No debemos olvidar que nuestra Casa desde su fundación, inversamente a lo que hacía, y siguieron haciendo por mucho tiempo otras universidades, nunca discriminó ni pidió certificados de limpieza de sangre.
Que en ella puede estudiar el hijo del inmigrante (nuestra lista de egresados presidentes registra dos casos).
Que en ella se escribió la primera tesis doctoral sobre los derechos civiles de la mujer, en época tan lejana, como 1875, obra del Dr. Cristian Demaría, o que el primer recurso, que hoy llamaríamos de Habeas Corpus, para que se permitiera a Elida Paso, inscribirse en Medicina, fue un brillante éxito profesional de nuestro egresado, el Dr. Benjamín Zorrilla.
Es decir, fue una entidad inclusiva y antidiscriminatoria desde tiempos remotos y así debe seguir siéndolo acorde con los desafíos de los nuevos tiempos.
En fin, una Facultad precursora de la Gran Reforma Universitaria de 1918 con sus movimientos de 1871 y 1903 que buscaron, anticipadamente, la excelencia profesoral, el protagonismo estudiantil y la pluralidad científica y académica.
Por eso, el consejo que pudiera darles, es que tratéis de no alejaros definitivamente de la Facultad. Ella encierra innumerables caudales culturales y científicos que merecen no ser abandonados: Posgrados, doctorados, cursos de Extensión Universitaria, Conciertos, la Carrera Docente (magníficamente organizada), la investigación abierta, el centro de graduados que dicta cursos permanentes. En fin, la posibilidad de llevar el amor y la solidaridad a los más necesitados como se hace desde Vinculación Ciudadana.
Es decir, una megalópolis con innumerables vasos comunicantes con la sociedad que, en definitiva, no hay que olvidarlo, es la que le dio el apoyo y fuerza aun en los momentos más difíciles, desde los tiempos fundacionales cuando el conflicto civil era una realidad y la Guerra de la Independencia aun no estaba ganada.
En oportunidad similar, hace 49 años, estaba ahí sentado, donde lo están ustedes hoy. Ante mi se abría el mismo horizonte de interrogantes, pero ante todo de firmes anhelos.
Todos los de mi generación sabíamos que nos esperaban tiempos difíciles, cosa que desgraciadamente comenzó a ocurrir al otro día mismo, cuando la Universidad fue intervenida y comenzaron años muy oscuros y terribles.
Hoy afortunadamente las instituciones -aunque perfectibles- funcionan, la Universidad goza de autonomía nuevamente. Disentir no es delito y soñar con un futuro mejor es posible.
No abandonen esos sueños y vuelvan siempre a esta, que es vuestra Casa.
Gracias.