Discurso pronunciado por el Dr. Isaac Augusto Damsky
Acto de colación de grado del día 10 de abril de 2015
Muy buenas tardes a todos. Señor Vicedecano, Doctor Alberto Bueres; señora Secretaria Académica, Doctora Silvia Nonna; queridas autoridades; queridos colegas profesores; queridos graduados; queridos amigos todos.
Hace muchos años, un gran abogado compartió con sus dos hijos los difíciles y apasionantes días de su despacho. Hoy, sobre su tumba reza la siguiente frase: “Jamás una serena conciencia defendió la conciencia con más elevada y plácida elocuencia”. Sus hijos y discípulos, después de haber trabajado junto a su padre, prosiguieron su obra, mantuvieron vivo su despacho y escribieron la historia de esa experiencia inolvidable en un libro conmovedor titulado La vida del abogado, que empieza así: “Padre, maestro, guía, hermano. Nosotros te debemos mucho más que la vida. Tú acertaste a hacernos conocer la razón y el destino de la vida. Tú nos hiciste amar el trabajo. La que nosotros ejercemos, la profesión, es la más bella porque nos permite más que ninguna penetrar en el sagrario inexplorado del alma humana. El caso más sencillo, más modesto, nos ha puesto bien en contacto con un alama”.
Hoy, ustedes han sido iniciados en la lucha por el Derecho, de la que nos hablara Von Ihering con elocuencia. La misma por la que bregaron los abogados, la misma de la cual somos escuderos quienes libremente ejercemos nuestra profesión. Ser estudiantes aquí, ha significado para todos rememorar los valores de quienes nos precedieron con toda hidalguía en el escenario irremediable del tiempo, como la totalidad de los presidentes argentinos, a modo de ejemplo, que han transitado este mismo claustro en su paso ex umbra in lux.
La historia es un proceso doloroso en el camino de ser libres. Es el escenario donde el ser humano ha desarrollado lo más noble de su espíritu, de tal manera que sus actos trascendieron en el tiempo, de generación en generación hasta nuestros días, iluminando con el ejemplo y la dignidad el impacto traumático del inescrutable cambio. Sin embrago, lo que va quedando desde nuestra independencia son estas tres palabras inclaudicables que aún nos acompañan: “Mayo, Progreso y Democracia”, como el contenido inmodificable en el itinerario de la Patria.
Después de estas evocaciones, creo necesario también advertir la necesidad de impregnarse de su espíritu no sólo en la mente, sino en la acción para que nuestros actos se conviertan en el sostén permanente de una Nación verdaderamente democrática, libre y, por sobre todas las cosas, tolerante. Entendiendo por tal, allí donde los hombres aspiran a la justicia y puedan acudir allí, como Julio Cesar a la tumba de Pompeyo, sabiendo que en esas cenizas atormentadas encontraría serenidad, inspiración y consuelo. Pero en todo ello, habrá una permanencia como una doctrina viva que nos mantiene despiertos y que nos permite tornar a las sabias enseñanzas de estos hermanos que nos hablaron de aquel sentido de humanidad que nos reconcilia con la vida. Este es el mensaje interior del cual todos participamos por la fuerza del cambio ansiado y el sentimiento que no por estirado deja de ser excelso, que es el amor al Derecho, tan íntimamente ligado a los caminos de la libertad que ha custodiado y protegido. Por eso, ser abogado es penetrar en las grandes contiendas de la vida, es dejar de ser parte independiente de los dolores de una sociedad. Ser abogados es comprometerse con las esperanzas del hombre, con la fuerza del destino que se encuentra en el corazón de cada persona, es gozar del privilegio de guiar, defender, enseñar y respaldar la grandeza de la especie humana.
También tengo para mí, en tanto esencia moral y cívica del abogado, su oriente critico de libertad de condiciones dentro de un marco de tolerancia y conciencia democrática. Para lo cual, ante todo, entiendo que el abogado está llamado a poner en duda las supuestas verdades dadas. Está llamado a desplegar una conciencia analítica y critica bajo la luz y guía de la razón, comprometiendo siempre, como sabiamente nos enseñan las normas éticas y disciplinarias que presiden nuestro ejercicio profesional, el deber de siempre, insisto, de comprometer el máximo de nuestro saber, el máximo de nuestro celo y el máximo de dedicación posible en la atención de todas las cuestiones profesionales que nos sean propuestas.
Pero además, el abogado, en tanto actor preponderante del Estado de Derecho, tiene una profunda responsabilidad social, atinente a la mejora constante de los estándares de control del Estado, del imperio de la ley y, especialmente, lo que nos toca a nosotros los que profesamos el derecho administrativo y el derecho público en general, tiene como principal deber el velar por la efectivización cotidiana del imperio de la ley exteriorizado en el principio de legalidad de la Administración Pública que postula el inveterado deber constante de apego a la norma, de sometimiento de todo el quehacer estatal, integralmente considerado al cumplimiento irrestricto del ordenamiento positivo vigente.
Por ello, queridos neófitos y ahora jóvenes abogados entiendo como desafío propio de la profesión del siglo XXI el bregar por un Estado cada vez más transparente en el cual se afiancen aquellas reglas jurídicas positivas provenientes de orden público supranacional de los Derecho Humanos, orientadas al afianzamiento de una Democracia deliberativa y participativa de carácter efectivo. Bregar por un Estado más luminoso y abierto, en el cual la noción de soberanía, como fin del acto del príncipe, se emperne con la expansión de la noción de ciudadanía. Mas ciudadanía, más derechos, más empoderamiento efectivo y real a los ciudadanos, más democratización del discurso jurídico. Digo esto porque, principalmente ustedes, hoy neófitos y próximos jóvenes abogados ya, ustedes han de ser capaces de resultar la generación que logre profundizar los logros de la democracia argentina mediante la efectivización del traspaso del anterior modelo democrático representativo, inspirador de nuestra Constitución originaria, al nuevo modelo democrático deliberativo participativo en los términos normativos provenientes del orden público supranacional de los Derechos Humanos, y como sabemos, está llamado a ser directamente operativo sobre nuestro ordenamiento interno en las condiciones internacionales de su vigencia. Debemos, también bregar por la efectivización cotidiana de estos parámetros normativos en nuestros ámbitos de actuación diarios. Esto no es menor porque impera entre nosotros, los argentinos, una inveterada y tenebrosa, funesta práctica de sigilo y oscurantista desapego a la ley.
El genial Carlos Nino, alguna vez habló y escribió respecto de que éramos al margen de la ley. Han de ser ustedes quienes logren efectivizar y proseguir la construcción de los términos jurídicos positivos concretos que posibiliten afianzar aquel postulado nuclear de los Derecho Humanos orientados a satisfacer la dignidad de la persona humana, solamente posible en el marco de una real conciencia democrática, en tanto centro de producción de cultura y progreso. No olvidemos que ante todo, la enorme crisis argentina no es económica sino cultural, y en eso tenemos que, siendo el Derecho un fenómeno inminentemente cultural funge entonces como una herramienta central en la lucha constante por el apego del Estado a la ley en orden a renovadas ratios de legitimidad dentro de un marco de tolerancia, amplitud deliberativa, participación ciudadana y en todo ello el afianzamiento de una mayor pluralidad democrática. Por eso, en este punto creo necesario compartir, brevemente con ustedes queridos jóvenes abogados, la importancia de practicar la tolerancia como herramienta niveladora de las relaciones humanas para lo cual entiendo de vital importancia recrear las enseñanzas contenidas en la Declaración de Principios sobre la Tolerancia, aprobada por la vigesimoctava Conferencia General de la UNESCO, así compartiré la letra de su definición general contenida en su artículo 1.1, y les diré: “La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La fomentan el conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. La tolerancia consiste en la armonía, en la diferencia. No solo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La tolerancia, la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de la guerra por la cultura de la paz”.
Para concluir y en honor a la brevedad, por todo esto que quise compartir con ustedes y porque, principalmente me resisto a creer y a sentir que estos anhelos de ciencia, justicia y trabajo que iluminan el paso del abogado queden arrumbados en el saco del olvido o acaso reducido a una vacua formulación de un catálogo de piadosas intenciones, es que voy a rematar mis palabras de esta tarde haciendo míos unos versos del elogio de la dialéctica y del elogio del estudio, y junto con ese espíritu enorme, con esa alama luminosa que fue Bertort Brecht, vamos a proferirle a ustedes la siguiente provocación: “No temas preguntar amigo mío, ni tampoco te dejes convencer. Compruébalo todo por tu mismo, porque lo que no sabes por ti, no lo sabes. Repasa la cuenta, porque tú tienes que pagarla, y apunta con tu dedo a cada cosa para preguntar, ¿y esto por qué? Por eso quien aún esté vivo que no diga nunca jamás, porque lo firme no es firme y porque todo no seguirá igual”. Que así sea.
Muchísimas gracias.