Discurso pronunciado por el Dr. Fernando Caparrós
Acto de colación de grado del día 5 de septiembre de 2014
Señor vicedecano, doctor Alberto Bueres; señora secretaria académica, doctora Silvia Nonna; señores profesores; señores abogados; señores graduados; señoras; señores.
Yo podría decir que tengo el honor que se me ha encomendado de despedir a los graduados que hoy reciben su diploma, sin embargo, prefiero afirmar que tengo el privilegio de darles la bienvenida. Bienvenidos sean a una nueva etapa que se les abre a partir de hoy y que no tiene más límites que los de su propia capacidad. Este acto, más allá de que formalmente sea de colación de grados, trasciende lo formal, lo protocolar. Yo, que soy bastante poco afecto al uso del saco y la corbata, hoy me los he puesto porque estoy convencido de que se trata de una verdadera fiesta. Una fiesta en la que se entremezclan sentimientos de toda clase, la evocación de un lejano e incierto comienzo de carrera, la adaptación a la vida universitaria, el sacrificio propio y también el de sus familias medido en tiempo, en dinero, en la resignación de otras actividades, las venturas y las desventuras propias de la vida del estudiante. Todo ello en aras de obtener el título que merecen y que hoy recibirán de nuestras manos. Están aquí, de una u otra forma, todos sus seres queridos para celebrar un hecho tan significativo. Su importancia no radica en el hecho de recibir el diploma de papel que habrán de enmarcar posiblemente para lucir en la pared de sus despachos. El acto de colación de grado pretende simbolizar el hecho verdaderamente trascendente, es decir, lo que se esconde detrás de aquel diploma y lo que se proyecta a su través todo lo que encierra ese título. Es cierto que habrán de encontrarse con dificultades de toda clase, nada que no pueda superarse con el convencimiento propio de la verdadera vocación profesional a través de la perseverancia en el estudio dedicado y en la pasión que habrán de poner para lograr su cometido.
El primer día de clases, suelo decirles a mis alumnos de teoría general del derecho del trabajo, puede hacerse extensivo a toda la carrera de grado que ustedes hoy concluyen, que, al comienzo, se les provee de una caja de herramientas que está vacía. Una caja que ustedes poco a poco han ido completando hasta el final del ciclo, con todos y cada uno de los instrumentos que adquirieron a partir del conocimiento que les imparten sus docentes. Son estas herramientas las que les van a permitir emprender la tarea desde cualesquiera de las operaciones jurídicas o de otras áreas que estén llamados a cumplir. Herramientas que les permiten comprender el por qué de una determinada norma o instituto jurídico, cuál es la lógica que les da su razón de ser más allá del conocimiento de su contenido literario, que sólo los convertiría en meros recitadores. Ustedes llevarán a cabo su actividad profesional, que no es la del estereotipo caricaturesco del abogado mediático, arrogante y charlatán, cuando no, inescrupuloso, que tanto mal hace a nuestra noble profesión. Se trata, por lo contrario, de una actividad que deben abordar con seriedad, con esfuerzo, con honestidad pero también con pasión y con vocación de servicio.
No obtenemos un título para servirnos del prójimo sino para servir al prójimo. Colocarse en situación de servicio, cualquiera sea el papel que estén llamados a cumplir, de qué nos serviría conocer a pie juntillas de memoria los códigos normativos, los compendios de leyes si no somos capaces de colocarnos vocacionalmente al servicio del otro.
Hace poco, luego de un almuerzo académico de los que se realizan en nuestra facultad, la señora decana nos manifestaba que se sentía en ese rol como un ama de llaves, que no entendía otra manera de llevar a cabo su gestión sino poniéndose al servicio de todos nosotros. Los profesores del derecho del trabajo recordamos con frecuencia que el trabajador es, al decir de un ex ministro francés, ciudadano en la ciudad pero también en la empresa. Dicho de otro modo, al llegar a la empresa, al taller, a la oficina, el trabajador no se despoja de su traje de ciudadano para vestirse con el de trabajador, es antes que trabajador una persona con todos sus derechos, los específicos de su actividad, por supuesto, pero por encima de todo y antes que ellos, los derechos inespecíficos que hacen al ser humano como tal. Utilizando, pues, esta imagen les recuerdo: “Ustedes son, antes que profesionales; abogados; traductores; calígrafos, seres humanos con todos los derechos y con todas las obligaciones que dicha calidad entraña. No sean ustedes mismos, pues, los que intenten despojarse de su ciudadanía pensando que es factible disociar al profesional de la persona. En otras palabras, como abogados de partes, como jueces, asesores, dirigentes, docentes, juristas, traductores, calígrafos, no se olviden que son, ante todo, seres humanos”.
Al trasponer el umbral de sus despachos o de sus aulas no dejen afuera, colgado en un perchero, el traje de ciudadano. Ingresen a ellos con el ropaje propio de una persona a la que le toca operar jurídicamente o de cualquier otro modo y sientan a los otros con los que deberán interrelacionarse del mismo modo, como personas merecedoras de todo nuestro respeto. Les ha tocado recibir, sin beneficio de inventario, un mundo globalizado tan vasto como desigual y deben, entonces, contribuir a hacerlo más justo y equitativo. La función dogmatica del derecho, al decir Alain Supiot, de interposición y de prohibición le otorga al derecho un sitio singular dentro del mundo de las técnicas, es una técnica de humanización de la técnica. Hay que mantener sólidas las cuerdas del derecho sin las cuales ni el hombre ni la sociedad pueden sostenerse en pie. Tomar en consideración, dice el autor, la función antropológica de las leyes humanas, es decir, reconocer el sitio del derecho dentro de la construcción, de las identidades individuales y colectivas.
Este nuevo mundo que hoy se les abre frente a ustedes es también de ustedes y para ustedes. Abórdenlo por medio de la reflexión, del diálogo, del debate, de la libertad de expresión de todos, del respeto por las instituciones democráticas, de la diversidad, de la pluralidad, de la tolerancia, de la generosidad en la entrega, en suma, de una concepción humanista y democrática que sea capaz de colocarnos de cara a la comunidad toda en situación de servicio.
¿Cuál es la pregunta que debemos hacernos para este mundo globalizado que nos toca vivir? Por sobre cualquier otra, la que formula el prestigioso sociólogo francés Robert Castel: “Si la redefinición de la eficacia económica y de la pericia social tiene que pagarse poniendo fuera de juego a un diez, veinte o treinta por ciento más de la población, ¿Se puede seguir hablando de pertenencia a un mismo conjunto social? Para agregar de inmediato, ¿Cuál es el umbral de tolerancia de una sociedad democrática, a la que yo llamaría más que exclusión, invalidación social? Ésta es a mi juicio la nueva cuestión social”.
Si nosotros, como docentes, hemos logrado transmitirles la importancia de estos valores para que a su vez ustedes puedan llevarlos a la práctica y retrasmitirlos, habremos colaborado en la realización de un mundo mejor.
Queridos graduados, ésta es la casa de todos nosotros, de ustedes y de la nuestra. No dejen de frecuentarla, sea para profundizar esos conocimientos y aquel debate, sea para integrarse adecuadamente a la vida académica, incorporándose a la carrera docente y a la investigación. Los estaremos esperando. Éste no es el punto de llegada, por el contrario, no se confundan, es el punto de partida para una nueva etapa francamente apasionante.
Bienvenidos y hasta pronto. Muchas gracias.