Discurso pronunciado por el Dr. Guillermo J. H. Mizraji
Acto de colación de grado del día 12 de julio de 2013
Sr. Vicedecano, Prof. Alberto J. Bueres, Sra. Secretaria Académica, Prof. Silvia Nonna, autoridades presentes, señores Profesores, familias, amigos, nóveles abogados, señoras, señores.
Debo agradecer esta oportunidad que me brinda la Facultad de Derecho de ocupar este podio y así pronunciar las últimas palabras – no una despedida – que como estudiantes van a recibir de un profesor que ha abrazado la docencia universitaria con sincera vocación, cariño y respeto a todos ustedes desde hace más de 30 años.
Esta ocasión es para todos los aquí presentes un momento de especial alegría y esperanza. Lo es para mí también: entre ustedes se encuentra mi hija menor quien recibirá el diploma de abogada de mis manos.
Tengan bien en claro que cuando, en unos instantes más, ustedes atraviesen las columnas dóricas de la Facultad y desciendan por la escalinata principal saldrán al mundo, a la nueva vida que les espera en vuestra nueva condición: la de Abogados, la de hombres de Derecho y de Justicia.
Una sociedad los espera ansiosa, preocupada, golpeada por la inseguridad, la educación menoscabada, la censura, el patoterismo. Lo que hasta ayer preocupaba, hoy desespera. Quizás nunca como ahora el futuro de la Patria dependa de quienes tengan por oficio o profesión el deber de remediar injusticias.
Quizás nunca como ahora nuestro futuro dependa de la justa elección que sepamos hacer entre el temor y la esperanza, el acierto y el error, la ventura y el riesgo.
Siento un gran compromiso y una gran responsabilidad al ocupar esta tribuna. Estas breves palabras deben alejarse del habitual formalismo que encierran en cada colación de grados. No son parte de una simple despedida sino un llamado a la reflexión, a convencernos del compromiso que trae ínsito el llevar bajo el brazo el pergamino de una profesión más ligada que cualquier otra a la defensa de la vigencia de las Leyes, de la Justicia, de la República, de la Democracia
Precisamente, la democracia argentina se encuentra en el linde de su dignidad.
Montesquieu, en 1748, hace más de 250 años, señalaba que hay tres especies de gobierno: el republicano, el monárquico y el despótico. En este último, el poder está en uno solo, que es el que gobierna, pero sin ley ni reglas pues gobierna el soberano según su voluntad y sus caprichos.
David Hume, filósofo escocés, en su “Indagación sobre los principios de la moral” (1752) sostuvo que el progreso de las naciones se funda en un principio: el cumplimiento de los contratos, principio éste ya acuñado por los romanos en la consigna “pacta sunt servanda”, los pactos deben honrarse. La vigencia de este principio distingue a las sociedades civilizadas (donde impera la confianza) de las hordas bárbaras (donde impera la espada).
John Locke señaló en 1760 que la sociedad civil se funda sobre un contrato social el cual llamamos “Constitución”. De él, y sólo de él, derivan las leyes. Allí donde se honra el contrato, la Constitución, las sociedades se desarrollan. Allí donde se las desprecia o ignora impera la barbarie, cuyo fruto envenenado es el subdesarrollo.
Vivimos momentos de confusión. La perversión del orden constitucional a la que estamos asistiendo aspira a coronarse con la desarticulación del papel actual de la Corte Suprema.
El populismo “cala hondo”. Manipula al pueblo para satisfacer al caudillo de turno. Pretende una sociedad sin contradicciones, sin disenso, sin pluralidad. No ama la democracia, la soporta. En el populismo siempre molesta la división de poderes, la alternancia política, la independencia de la justicia. Inyecta pereza en el pensamiento, se atrofia la lógica.
Jóvenes colegas, nos toca vivir días implacables. Percibimos que somos parte de un país donde se auspicia la ignorancia, reaparecen los fantasmas del desabastecimiento, de la carencia de seguridad, de la inflación cínicamente negada, de la imposibilidad de brindar a los más carenciados un servicio de salud que les permita sentir la vida con optimismo en esta Patria pensada como tierra de promisión y futuro. A ello se suma, como el Leviatán descripto en el libro de Job, la ya endémica corrupción que desprecia la ley e instaura el culto al coraje. Representado en la llamada “viveza criolla”, la trapisonda, el exhibicionismo farandulesco con declaraciones retóricas y declamaciones vacías que conllevan promesas incumplidas.
Jóvenes colegas, asuman con valentía desde hoy el compromiso de defender derechos y libertades; no pierdan la identidad que es el hecho de ser alguien. Cuando el abogado pierde la identidad, le acontece que se aleja de la “pertenencia”; la membresía desprecia a aquel que borró su identidad.
Ustedes cuentan con armas para luchar por el derecho. Han sido formados en esta facultad para ello.
Que Democracia, Libertad, Justicia Social, Solidaridad y Respeto al Disenso no sean palabras gastadas que, por ser usadas “en vacío”, han perdido el sentido para el ciudadano.
El gran Sarmiento en un fuerte debate exclamó: “Para tener derechos, hay que vivir en el Derecho”. Quiso decir que hay que elegir entre la ley de la selva o el estado de derecho obligatorio para todos, tanto para los gobernantes como para los gobernados. Ustedes saben bien, porque en estas aulas lo han aprendido desde las primeras enseñanzas, que el derecho que no se respeta es el primer paso hacia la anomia generalizada, hacia la anarquía.
Defiendan la Justicia por sobre todas las cosas, desde cualquier ámbito en el que ejerzan la profesión. El término “Justicia” no debe confundirse con “caridad”. La Justicia entra en la jurisdicción del Estado, es ciega y trata a todos los hombres de manera igual. Si la Justicia se sometiese al poder político, todos nosotros terminaríamos al servicio de un amo y ya no de la ley. Una nueva servidumbre se habrá perfilado. Aristóteles enseñaba que los gobiernos se disuelven principalmente por las transgresiones de la justicia.
Jóvenes abogados, desde el comienzo mismo de vuestra profesión abracen los principios republicanos; defiéndanlos frente a la arbitrariedad; no claudiquen; no se deslumbren ante lo efímero, lo inmediato, lo volátil. Guarden siempre la “cortesía” con colegas y magistrados y con el prójimo. Opten por las conductas perdurables que modelarán vuestro “estilo”.
Defender la República implica exigir.
1) Periodicidad en los cargos públicos; 2) Publicidad de los actos de gobierno; 3) Prohibir los gastos reservados; 4) Responsabilidad de los funcionarios; 5) Soberanía de la ley; 6) Pleno ejercicio de la ciudadanía; 7) El respeto por las ideas opuestas; 8) La idoneidad en los cargos públicos; 9) Exigir la separación de poderes.
Ya culminando debo decirles que guardo sinceras esperanzas en el retorno a la Patria Grande. Las deposito en ustedes, abogados, en la juventud toda que por ser tal encierra el ímpetu necesario, que por ser tal es valiente, fresca y de corazón honrado.
Para construir una república hace falta virtud y amor por el bien común. Demóstenes afirmaba: “El altar más bello, el más santo, es el corazón del hombre honrado”. Siéntanse orgullosos de oir la palabra “abogado”; identifíquenla con el respeto a la ley; con honrar al prójimo. Aléjenla de los caminos sinuosos, sesgados o espurios. Rechacen la mediocridad y la mentira; canalicen sus esfuerzos hacia el logro de una verdadera paz social; ayuden a construir un país del que se sientan orgullosos de pertenecer.
Queridos estudiantes – nunca dejarán de serlo – flamantes colegas, los felicito por el logro obtenido. Es un paso más, no el último. Les deseo éxito, no suerte, porque lo primero es el fruto del esfuerzo y la suerte, parte del azar.
Bienvenidos a la profesión. Muchas gracias y hasta siempre.