Discurso pronunciado por el Dr. Fernando Gustavo Díaz Cantón
Acto de colación de grado del día 14 de diciembre de 2012
Señora Decana, autoridades de esta Facultad, queridos graduados y graduadas, familiares y amigos, señoras y señores.
En mi condición de abogado y profesor de esta casa, quiero pagar el honor que se me ha hecho al invitárseme a hablar ante ustedes, felicitándolos por el esfuerzo que ha sido coronado por este título que hoy reciben y brindándoles algunos consejos para el camino que hoy se inicia. Pero primero quiero decirles que han acertado en el lugar en el que han realizado sus estudios. Cuando me disponía abrazar la carrera de derecho, mi padre, que era profesor de esta Casa y de otra facultad a la que quería mucho porque había contribuido a formarla, no dudó , sin embargo, al aconsejarme estudiar aquí, y le estaré siempre agradecido por ello y por tantas otras cosas que me han hecho feliz en la vida.
Esta Facultad no sólo me ha permitido desenvolverme bien en la profesión, sino que me ha enriquecido y me enriquece cada día como estudiante y como persona. Luego aprendí que nunca se deja de ser estudiante y por ello siempre me mantuve unido a ella. Aquí encontré la diversidad que nos permite entender a nuestra sociedad, el pluralismo de ideas, el disenso y la tolerancia que enriquece nuestra todavía incipiente cultura republicana. Conocí a personas maravillosas e hice grandes amigos. Intuía que esta Facultad me podía dar mucho más y que yo podía devolverle algo de lo que hizo por mí, y así ocurrió. Sigan vinculados a ella, enseñen en ella, aprendan en ella. El contacto y la empatía con los jóvenes, los mantendrá siempre jóvenes, humildes y sencillos, y el paso del tiempo no hará mella en vuestros corazones.
La vida del abogado, amigos, es una lucha permanente, hermosa, gratificante, llena de desafíos, muchas alegrías y algunos sinsabores para las que hay que estar preparados y preparase en forma constante, como los soldados para el combate, pero también como los diplomáticos para la reconciliación y la paz, mas nunca como los mercenarios, prontos a cambiarse de bando por una moneda. Una lucha para que impere la paz, como decía Ihering en una maravillosa paradoja, aunque no la paz de los cementerios, sino la paz de una sociedad dinámica, que crece, madura y progresa. Hay que estudiar en forma cotidiana, mantenerse actualizados, conocer los criterios de los jueces y sus variaciones, las opiniones de los autores y desarrollar un espíritu crítico, muy sólido y valiente. Siempre me viene a la mente la imagen de aquel abogado nonagenario que ya fallecido, cuando sus familiares fueron a su estudio encontraron un libro de derecho abierto y las gafas a un costado. Había estudiado hasta el último día de su vida.
Hay cosas, sin embargo, que nunca nos fueron enseñadas y que deberemos aprender sobre la marcha. A conocer a fondo al ser humano con sus grandezas y miserias, a preservar de un modo sagrado los secretos que nos son confiados, a ser leales con nuestros colegas aunque ellos quizás no lo sean con nosotros, a ser respetuosos con los jueces, sin ceder por esto a los posibles atropellos, a desarrollar destrezas de estrategia y estilo en la conducción de un caso, a litigar y negociar eficientemente, a aprender disciplinas auxiliares, a contener emocionalmente a nuestros clientes, a administrar nuestras pequeñas empresas, y a cobrar honorarios, materia que les confieso nunca se termina de aprender y que es importantísima porque es la retribución por nuestra tarea, un incentivo fundamental. No hay nada que se pueda comparar al gozo que se siente cuando uno lleva a casa el fruto de su trabajo, entregado por un cliente agradecido, y con él contribuir al sustento de nuestras familias. El cliente satisfecho además trae a otro cliente, esa es la mejor promoción que podemos hacer aunque la publicidad de nuestra labor, decisiva para nuestro progreso, es otro arte que deberemos aprender y desarrollar con sentido ético y estético.
Luchen por el derecho, honren el derecho desde el lugar que les toque. Si son jueces, sean independientes, valientes e ilustrados; si son asesores, iluminen con sabiduría a quienes les encomienda esa tarea; si son mediadores, luchen por la solución del conflicto, si son funcionarios del Estado, hagan todo lo posible porque siempre prevalezca la ley por sobre todos los intereses en pugna. Alguna vez se me preguntó si yo tenía confianza en la justicia, y respondí que el derecho y la justicia no nos vienen dados como un enlatado, sino que es un modelo para armar, y que es responsabilidad nuestra, abogados, pelear para que esos valores cobren realidad y vigencia plena.
En algunas ocasiones, ustedes se sentirán descorazonados por el asecho de algunos fantasmas, propios del costado más oscuro de la condición humana. Esta profesión noblemente ejercida, nos debe reconciliar con el lado bueno de la humanidad y obligarnos a ser optimistas. Por eso no desfallezcan, naden en el lodo pero sin enlodarse, sean un ejemplo para los demás, fundamentalmente para los jóvenes, y sigan trabajando con lealtad y honestidad por ese justiciable o por ese cliente, que cuando siente que todo está perdido los mira como la única esperanza que tiene en el mundo, como si de ustedes dependiera su libertad, su honra y sus bienes más preciados. Es que en algún modo ello es así, sean abogados, séanlo, como alguna vez leí en una ocasión, con todas las potencias de sus almas, la pasión nos mantiene vivos y la abogacía es un arte que se ejercita con pasión. Dignifiquen pues la abogacía. Les deseo el mayor de los éxitos en sus carreras y en sus vidas.
Muchas gracias.