Discurso pronunciado por el Dr. Jorge Berbere Delgado
Acto de colación de grado del día 30 de noviembre de 2012
Buenos días a todos, buenos días al Señor Vicedecano, al querido Doctor Bueres, a la Doctora Silvia Nonna, Secretaria Académica de esta casa, a algunos compañeros profesores, a los queridos estudiantes que hoy se gradúan, a sus familiares, amigos en general.
Me alegro profundamente cuando la señora Decana me dio esta nueva oportunidad para pronunciar algunas palabras que como estudiantes van a recibir de un profesor, que desde hace casi 30 años viene ejerciendo en esta querida Facultad la vocación docente con profundo cariño y respeto hacia todos ustedes.
La convocatoria me generó, como siempre, un gran compromiso y una gran responsabilidad puesto que considero que estas breves palabras debían apartarse del formalismo de una simple despedida para tornarse también en un ejercicio de reflexión, el día como el de hoy de tanta inquietud y gran trascendencia para nuestra patria.
Hoy nuevamente estamos viviendo momentos de descontento, de desconcierto y podría decir también de contradicciones. Nuevamente sentimos que nos encontramos en un país donde otra vez estamos inmersos en los fantasmas de la inflación, de la falta de seguridad, donde parece difícil exterminar la mortalidad infantil, donde se torna dificultoso recuperar la salud de la gente más humilde, donde se hace difícil erradicar definitivamente la pobreza. Pensar que frente a estos fantasmas hace muy poco tiempo estábamos atravesando uno de los mejores momentos de mayor crecimiento de nuestro país, en nuestra economía. Estos aconteceres de absolutas incoherencias y contradicciones que se repiten de tanto en tanto en nuestro país van provocando en nuestra juventud una crisis de ideales, donde se hace difícil encontrar líderes que sirvan de modelo para imitar o seguir. Al parecer, hemos entrado en una cultura del zapping de la vida, nos esforzamos denodadamente por satisfacer nuestras propias necesidades, nos sumergimos en una sociedad donde sólo se interesa por el consumo y los valores materiales, tornándose cada vez más injusta. Luchar por el derecho, la salud, la dignidad, la prevención, la educación, la seguridad, el trabajo resultan hasta pretensiones tontas o ingenuas frente a la muerte cotidiana como consecuencia de la violencia o del hambre.
Existe hoy un verdadero triunfo, un apogeo del cinismo donde la ausencia de pudor no sólo amortigua sino que neutraliza la falta. Se exhibe lo que descaradamente debería ocultarse, y se pierde así la percepción y la ética, la confianza en todo y también el sentido. La mayoría de las veces nos quedamos atónitos frente a las cotidianas y públicas contiendas verbales de algunos encumbrados dirigentes de la política, del periodismo, de otros sectores de la sociedad donde las palabras por ellos pronunciadas pierden todo sentido. Eso me motiva a reiterar lo que muchas veces digo, repitiendo aquello que expresara Cortázar: “Hay palabras gastadas, que de tanto ser usadas en forma vacía han perdido el sentido para la gente, y entonces pensamos en democracia, en libertad, en justicia social y fundamentalmente en solidaridad y respeto hacia el otro”. Estas reflexiones, producto de la experiencia por el camino recorrido, motivaron mi deseo de volver a expresarlas y decirles a los que hoy reciben su título de abogado que abrasen esta disciplina jurídica como la introducción a la moral apoyando sus actos en el único principio ético absoluto, el principio formal y kantiano, que es el respeto hacia todos los seres humanos, que le otorguen a las palabras el real significante y que cada vez que sean usadas tengan la validez del acto que representan, es decir, cuando hablen de justicia, contribuyan para que se haga en realidad justicia; cuando hablen de solidaridad, sean realmente solidarios; cuando hablen de democracia, sean verdaderamente demócratas; cuando hablen de respeto, piensen en el otro y no exclusivamente en los intereses propios; y cuando hablen de tolerancia, comprendan que el disenso es el medio fundamental para obtener una verdadera paz social; que cuando se utilice la palabra abogado, se la identifique con un individuo capaz de preservar, de proteger, de honrar al otro, capaz de defender y respetar la ley, y no que por el hecho de conocerlas se tenga la posibilidad de elegir caminos sinuosos a fin de obtener resultados espurios. Así lograremos dignificar nuestra profesión, sumándola en el respeto de todos.
Queridos estudiantes, los felicito por haber cumplido exitosamente esta etapa tan trascendental para sus vidas y que de alguna manera, humildemente he acompañado a lo largo de estos años. Pero no los despido, les doy la bienvenida a la profesión y los convoco a identificarse plenamente con ella, a no aceptar la mediocridad ni la mentira, a formarse día a día para que a lo largo de la vida puedan servirse de ella para lograr un bienestar propio pero que fundamentalmente les sirva como herramienta para servir a los demás, a la comunidad toda a fin de con el aporte de cada uno de nosotros podamos, de una vez por todas, construir un país donde nos enorgullezca pertenecer, vivir y estar día a día creciendo. Nuevamente, con todo el cariño, los felicito y no se olviden que estamos acá, y que estamos acá y seguiremos estando porque en el corazón seguirán siendo estudiantes y podremos ayudarlos en esto que es la pasión que me ha motivado, y que a muchos de nosotros nos motiva, que es el derecho.
Les agradezco muchísimo y los felicito de todo corazón.