Discurso pronunciado por el Dr. Norberto Bussani
Acto de colación de grado del día 10 de octubre de 2011
Señora Secretaria Académica, colegas docentes, egresados, señoras y señores.
Antes de hablarle a los egresados, quiero asumir una gestión de negocios no pedida y en nombre de los egresados, darles las gracias a sus familias, a sus amigos, a los que los contuvieron y apoyaron en estos años, estén aquí o no.
Ahora sí, cumplido este imperativo de conciencia y con el permiso de todos, me voy a dirigir fundamentalmente a quienes hoy reciben los diplomas que los convocan a esta reunión.
Hoy es para todos ustedes, sin dudas, un día feliz, estimo que muy feliz. Comparemos. Es un día con una felicidad más serena y para nada agresiva, distinta por cierto, del desbocado festejo cuando aprobaron su última materia y sufrieron, estoicamente pero con alegría, las expresiones de amigos y parientes. Aquella fue la risa, hoy es la sonrisa, profunda, dulce, anhelada.
Seguro que en esta Casa no fueron todas risas y sonrisas para ustedes. Por ello, quiero remontarme al primer día que vinieron a clase con los nervios y el desconocimiento de todo, del contenido de la materia, del profesor y hasta del lugar en que estaba el aula asignada. Pasó el susto y de allí en más, los fuimos educando, modelando, tallando. Muchas veces dolorosamente sobre la imagen prefijada del abogado que delinea la currícula, el plan de estudios. Ex profeso quise usar la palabra “educando”, pues ella deriva de enseñar, de enseñar a mamar, a lactar. Algunos autores dicen que Educa era una diosa del Olimpo que enseñaba a los niños a mamar. Es que el conocimiento se mama, se lacta y tanto instituciones como esta prestigiosa Universidad, de la que con orgullo llevarán sus títulos, como los docentes, no podemos hacer más que seducirles a que se alimenten del saber. Son sólo ustedes quienes incorporan el conocimiento y por cierto, que lo hacen fatigosamente.
Los diplomas que hoy recibirán acreditan formalmente el grado académico alcanzado, pero el conocimiento debe continuar fluyendo a ustedes. Espero sinceramente que hayamos logrado desarrollarles el gusto por el saber, por ese saber que nos apasiona y es la raíz y meta de la civilización. Es impensable una sociedad sin Derecho y sin Justicia, ustedes son esenciales a esa sociedad. Vivan enamorados de la Justicia, de la Justicia con mayúscula. Búsquenla siempre, en cada acto profesional que realicen. Sublimen la Justicia en equidad, que al decir de Aristóteles es su dichosa rectificación.
Cuando eligieron esta carrera, quiero creer que sanamente lo hicieron para lograr una sociedad más justa. Han sido dotados de elementos técnicos y hoy reciben la idoneidad formal. El camino no termina aquí, al contrario, están casi al principio. Sigan abrevando la sabiduría, formal o informalmente. No se queden, reitero, no se queden. Sigan adelante. Aunque sabemos que es imposible tener un saber completo, tengan por norte esa utopía. Las dificultades y nuestras propias limitaciones humanas harán el resto.
Escandalícense ante las injusticias, aunque sepan que siempre las habrá, luchen para repararlas. Háganse siempre un lugar, un tiempo para defender a los más débiles, a los vulnerables, a los que no tiene voz. Los demás siempre tienen a alguien disponible para la defensa de sus intereses.
Comprométanse con la educación. Pues si recibieron, sepan que no es para guardar, para amarrocar, sino para mejorarlo y devolverlo a los que todavía permanecen en las aulas o esperan algo de nosotros. Todos alguna vez estuvimos en sus lugares, y aún viejos, seguimos tratando de perfeccionarnos para hacer que otros también crezcan. Tengan presente que son aves que hoy salen a volar fuera de este nido que los hizo fuertes, que deberán seguir aleteando forzadamente para seguir buscando la verdad, Aleteia. Y que cuando dejen de aletear, de forzarse por seguir aprendiendo, comenzaran a caer y podrán terminar golpeando duramente contra el suelo.
Voy a concluir con palabras ajenas. Voy a releer para todos el “Decálogo del abogado”, del ilustre Eduardo Juan Couture. Primero, estudia. El Derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día un poco menos abogado.
Segundo, piensa. El Derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando.
Tercero, trabaja. La abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de las causas justas.
Cuarto, procura la Justicia. Tu deber es luchar por el Derecho; pero el día en que encuentres en conflicto el Derecho con la Justicia, lucha por la Justicia.
Quinto, sé leal. Leal con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que es indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal contigo. Leal para con el Juez, que ignora los hechos y debe confiar en lo que tú dices; y que, en cuanto al Derecho, alguna que otra vez debe confiar en el que tú le invocas.
Sexto, tolera. Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea tolerada la tuya.
Séptimo, ten paciencia. En el Derecho, el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración.
Octavo, ten fe. Ten fe en el Derecho, como el mejor instrumento para la convivencia humana; en la Justicia, como destino normal del Derecho; en la paz, como sustitutivo bondadoso de la Justicia. Y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay Derecho, ni Justicia ni paz.
Noveno, olvida. La abogacía no es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras cargando tu alma de rencor, llegará un día en que la vida será imposible para ti. Concluido el combate, olvida tan pronto tu victoria como tu derrota.
Décimo, ama tu profesión. Trata de considerar la abogacía de tal manera, que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti, proponerle que sea abogado.
Promoción 2011, felicidades. Adelante. Muchas gracias.