Discurso pronunciado por el Dr. Juan Vicente Cataldo
Acto de colación de grado del día 17 de junio de 2011
Buenos días a todos los presentes, egresados, alumnos, familiares y amigos, profesores y autoridades, señor Vicedecano. Voy a improvisar, realmente nadie me contó que iban a entrar con la bandera en una canción que hacía mucho tiempo que no cantaba. Pero viene al caso. Esta es la segunda vez que en esta querida casa que tanto nos ha dado me concede el honor y privilegio de hablar ante ustedes en esta circunstancia tan especial de la vida de un universitario.
Vivimos un parto, o sea un momento de transición entre dos vidas. Los que hoy reciben su título se transforman simbólicamente al menos en individuos renovados que aunque compartan mucho con aquello que fueron ayer, vienen a adquirir nuevos derechos y obligaciones. En esencia pasan a ser responsables de si mismos y de su futuro.
Inevitablemente la tarea que en este momento encargo importa reflexiones previas sobre el contenido del discurso para intentar al menos escapar de los lugares comunes. Y también inevitablemente el ejercicio mental está viciado por nuestra deformación profesional, por eso aunque hoy reciban su título diversos profesionales, traductores, calígrafos públicos y otros, el pensamiento se asienta en los abogados.
Tal mixtura de ideas y sensaciones buscando un lugar para ubicarse hizo que primero advirtiera que en este 2011 el país continúa rememorando otro proceso de parto, esta vez institucional ocurrido hace 200 años. La Revolución de Mayo y todos los hechos que le sucedieron y esa primera impresión llevaron hasta esta otra. En este particular tiempo que transcurrimos y más aun en esta particular fecha del año, todos los argentinos recordamos también a otro abogado pues estamos en vísperas del 20 de junio, día en que hace 191 años falleció Don Manuel Belgrano. Si, Don Manuel Belgrano era abogado, uno de los más dignos abogados en el más amplio de los sentidos que participó de nuestra revolución madre, aunque quizás muchos de ustedes no lo tengan presente gracias a que la historia instalada no ha puesto el acento en esa condición sino en la de general y creador de nuestra bandera.
Repasemos un poco su vida, que nunca está mal recordar a los grandes hombres de nuestro pasado. Belgrano nació en Buenos Aires el 3 de junio en 1770 y a los 23 años, el 6 de febrero de 1793 recibió su diploma de bachiller en leyes en España. Era abogado en sentido integral, no quiso ser doctor y acá agrego mis disculpas a algunos amigos, sin ofensa, que hoy reciben su título de doctor, eran otras épocas.
En 1794 se lo designó Secretario del Consulado de Buenos Aires, cargo desde el que pudo satisfacer su vocación de economista. Pero en los primeros años del siglo XIX se destaca su lucha contra la invasión inglesa, se niega a jurar obediencia y finalmente participa activamente del movimiento revolucionario de 1810. En ese contexto de lo designa vocal de la Primera Junta en la que también actúan otros tres abogados, Moreno, Paso y su primo Castelli. Pero las necesidades revolucionarias y quizás el deseo de algunos sectores de alejarlo del centro de decisiones, al igual que a Castelli y poco después a Moreno, le imponen el deber militar. Afronta la campaña del Paraguay en cuyo transcurso crea nuestra bandera en febrero de 1812 y luego se hace cargo del ejército del norte con el que sufre derrotas, protagoniza epopeyas como el éxodo jujeño y logra categóricos triunfos en Salta y Tucumán. Ya enfermo se retira de la función militar, recibe encomiendas diplomáticas en representación del país y por último se recluye en su ciudad natal, en ella, nuestra Buenos Aires, muere el 20 de junio de 1820 con apenas 50 años de edad pobre y olvidado como tantos otros que dieron su vida por la patria. De esta vida tan rica y tan brevemente resumida, y con sinceridad recomiendo que lean algo más sobre ella, creo para esta ocasión se destacan dos ideas fuertes que la rigieron: la vocación de Belgrano por ser actor de su tiempo pese a las contrariedades y su absoluta convicción y entrega por la educación pública como motor imprescindible del alumbramiento y crecimiento de la nueva nación. En el primer aspecto, recuerdo que en carta dirigida a otro grande, Don Martín Miguel de Güemes, Belgrano insistía “así pues trabajaremos con empeño y tesón, que sí las generaciones presentes nos son ingratas las futuras venerarán nuestra memoria que es la recompensa que deben esperar los patriotas”.
Nadie pretende que todos seamos Belgrano, pero él nos deja la enseñanza de que tenemos que ser conscientes de nuestro rol de actores de nuestro destino. Es imperativo ver cómo hace doscientos años se luchaba contra la transformación, contra toda adversidad, más aún en épocas en que se pretende que las ideas y la historia están congeladas y nada queda por hacer. Por el contrario, hoy es el primer día de una nueva historia de cada uno de ustedes y de su aporte a nuestro conjunto como país, así que hagan y transformen, derroten la interesada mezquindad de los que quieren que nada cambie y háganlo también conscientes de que han nacido de la universidad pública, por que ésta es la segunda convicción de Belgrano. Cuando en 1813 recibía de la Asamblea del año XIII en premio por la victoria en Tucumán y Salta la suma de 40.000 pesos oro, los donó inmediatamente para que se irguieran cuatro escuelas públicas. Mas allá de que la burocracia y la corrupción demoraran esas obras el gesto quedó instalado. Solamente la ecuación igualitaria y sin privilegios madura generaciones para la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Como dije, no es necesario que todos seamos héroes pero sí que cada uno sea consciente de la importancia de la contribución al conjunto y a ello los convoco, para poder soñar y hacer realidad un mejor futuro para nosotros y nuestros hijos.
Bienvenidos al desafío y muchas gracias en mi nombre y los que me van a continuar.