Discurso pronunciado por la Dra. Marisa Aizenberg
Acto de colación de grado del día 2 de julio de 2010
Demás autoridades de la casa, Sres. Profesores, Sres. padres, esposos, familiares. Es para mi un verdadero honor estar esta tarde con ustedes. Ahora sí, un saludo especial a todos ustedes Sres. graduados. Sres. estudiantes, permítanme llamarlos así por última vez, porque ustedes son y han sido, para nosotros, personas muy importantes para este claustro de profesores, al que represento. En este acto de todos pero tan de cada uno de ustedes me apropiare tan sólo de unos pequeños minutos.
Debo comenzar, como el protocolo lo indica, por felicitarlos. Doctores, Abogados, Traductores, profesores de enseñanza media y superior en Ciencias Jurídicas, muchos son los sacrificios que muchos han hecho para llegar a este momento. Pero esta graduación no es especial sólo para ustedes, este logro es el orgullo de todos aquellos que los han acompañado y los han respaldado en sus alegrías y en sus frustraciones, y sienten este éxito casi como propio. Y para nosotros, sus profesores, es un momento de mucha emotividad. Es fuerte la impronta que nos deja lo dado y lo recibido.
La graduación constituye esto, la culminación de este esfuerzo que comenzó hace muchos años y transitando este camino han crecido, desde la perspectiva académica pero, tal vez, más desde la humana. Dudo que alguno de ustedes pueda olvidar aquella mezcla de sentimientos, del momento del ingreso a esta Facultad, los nervios de la primera materia cursada, la primera materia aprobada y la primera reprobada. De todas esas cosas, buenas y malas, como la vida, ustedes se han ido formando. Hoy aquellos sentimientos de orgullo, de temor y de nostalgia, se entremezclan por terminar esta etapa. Pero tranquilos, comienza otra y tal vez más compleja.
Ser abogado es un inmenso, un gran honor, pero significa también una enorme responsabilidad. Las acciones que decidan encarar no sólo determinaran un estilo profesional sino que marcaran sus caminos personales y más aún, el tipo de país en el que quieran vivir. Siempre en defensa del Estado de Derecho, de la democracia y de los Derechos Humanos.
El título que en estos momentos tendrán en sus manos los enfrenta a importantes desafíos. Y nosotros solemos, en esta instancia, dar pretenciosos consejos, que van a olvidar ni bien crucen esa puerta. Por eso, hoy no me van a escuchar con ese tipo de recomendaciones. Tan sólo les voy a hacer un pedido: honren el juramento o la promesa que hagan en minutos más. Transfórmense en los abogados que necesita nuestro país, dignifiquen esta profesión que abrazaron. Detrás de muchos de los cambios trasformadores en nuestra sociedad, hubo abogados que instaron una acción y que rigieron, incluso, sus propias vidas para garantizar los derechos de los otros.
Mi mayor deseo es que salgan de esta Facultad, ejerciendo con pasión esta profesión, con una profunda vocación de servicio hacia quienes vayan a representar y con un profundo respeto hacia sus propios colegas.
Leí esta semana una anécdota, contada por un maratonista que participó en una de las más importantes competencias, a la que concurren delegaciones de todo el mundo. Dicen que se trata de una de las experiencias atléticas más extenuantes, tanto así que numerosos atletas especialmente entrenados abandonan esa carrera. Horas después de entregada la medalla de oro y en momentos en que ya se estaba desarmando el podio y la gente comenzaba a retirarse, apareció a lo lejos un maratonista perteneciente a un perdido país del mundo. Estaba sin aliento y algunos al verlos esbozaron una sonrisa casi burlonas. Pero cuando vieron su estado, sus pies inflamados, sus pasos doloridos, las luces volvieron a encenderse. La gente que quedaba celebró su llegada. Lo aclamaron, lo ovacionaron, porque ellos habían entendido el mensaje. Sin embargo, algunos periodistas, que no habían comprendido todavía, estaban ansiosos por saber por qué continuó corriendo, aún a sabiendas que la carrera había terminado y no tenía chances de ganar. El maratonista respondió: “provengo de un pequeño país, muy pobre; muchas personas hicieron sacrificios para que yo llegue aquí y no me mandaron, a tantos kilómetros de distancia, para comenzar esta carrera. Me mandaron para terminarla”.
Ustedes han transitado un largo camino, que hoy los condujo aquí. Pero tan sólo han finalizado un tramo de sus carreras y hoy van a dar comienzo a otro. Después de que acepten su diploma, al igual que el maratonista, tengan presente que no han recorrido todo ese camino sólo para comenzar la carrera. Lo han hecho para terminarla.
Felicitaciones a todos los graduados por haber llegado a la primera de las metas. Siempre los estaremos esperando para que sigan investigando y para que sigan capacitándose en estas, sus Casas.
Gracias, muchas gracias por el honor de permitirme estar, hoy, aquí con ustedes y los despido con un “hasta cada momento”.