Discurso pronunciado por el Dr. Daniel Pastor
Acto de colación de grado del día 19 de marzo de 2010
Sr. Vicedecano, Prof. Dr. Bueres, demás autoridades de la Facultad aquí presentes, estimados docentes, felices graduados, queridos estudiantes, Sras. y Sres. del público:
Es una inmensa alegría para mí gozar del privilegio de pronunciar unas pocas palabras ante ustedes en este día de alegría para todos. Para los graduados que han coronado con éxito su carrera, para los profesores que ven culminado el producto de su trabajo y para los familiares de nuestros graduados que con orgulloso disfrutan hoy del logro de su ser querido, logro para el que los familiares aportaron mucho esfuerzo y mucho amor.
Graduados: lo que más me interesa decirles es que, tal como ya lo sabrán, hoy no termina su relación con la Universidad, hoy esa vinculación sólo se transforma. Universidad significa Comunidad y, en su nombre completo original, Comunidad de los profesores y de los estudiantes (universitas magistrorum et scholarium). Este significado no es una vana etimología, en realidad describe con alto poder explicativo un trabajo en equipo y un trabajo recíproco. En los años de vida -casi mil- que tiene la institución universitaria que nosotros conocemos, ella perdió, como vemos, algunas palabras de su nombre, pero gracias especialmente a una iniciativa de nuestro país, ganó un componente nuevo desde la Reforma de 1918: junto a profesores y estudiantes la comunidad sumó para su cogobierno al claustro de los graduados, a ustedes, para que hoy no se fueran, para que sólo se muden de habitación dentro de esta misma Casa. Hoy vemos a unos estudiantes convertirse en graduados y mañana veremos a muchos de ustedes transformarse en profesores. Y así, en esta comunidad del aprender y del enseñar, graduados y maestros siguen estudiando en postgrados, maestrías, doctorados, pues el buen estudiante estudia siempre, su avidez de conocimientos no tiene límites, de modo que ustedes también tendrán que seguir estudiando para perfeccionarse, para actualizarse, para superarse. El día que entraron por primera vez aquí, aunque no lo supieran, se convirtieron en estudiantes vitalicios. Cambiara la ropa, pero no el oficio. Tal vez sea por eso que el despacho de los abogados se llama estudio. De modo que a partir de hoy ustedes seguirán aquí en cualquiera de sus nuevos papeles (como graduados en el cogobierno, como alumnos en los estudios de postgrado o como docentes e investigadores). Por eso la Universidad es conocida también como alma mater, madre nutricia, la que nos alimenta, la que nunca nos abandona, la que nunca vamos a abandonar.
Pero ahora, con esta alquimia que hemos hecho con ustedes los profesores al convertirlos de materia prima en producto elaborado, empieza el ejercicio de una vida profesional que les va a brindar la oportunidad de ganarse la vida decentemente con un oficio digno, algo que siempre le van a deber, ante todo, a esta Casa. Muchos de ustedes actuarán en juicio como litigantes, otros serán jueces, fiscales, defensores públicos, asesores, funcionarios de la Administración, directivos de empresas privadas o se desempeñarán en cualquier otra tarea de las múltiples que se abren para todo el que dispone del título universitario que están a punto de recibir, incluida la posibilidad, por cierto más difícil pero encantadora, de dedicarse únicamente a la docencia y a la investigación. Respecto de ese futuro laboral sólo quiero decirles unas palabras finales. Los expertos en esta práctica que es el derecho intermediamos entre las personas en conflicto y las autoridades que deben resolverlos porque para ello es indispensable aplicar el alambicado método de interpretar las leyes y probar las pretensiones en negociaciones y procesos. La sociedad necesita del derecho para contar con un orden previsible que nos permita vivir en paz y desarrollarnos como personas, en libertad, para conseguir nuestros propósitos lícitos sin ser molestados ni entorpecidos. El orden jurídico tiende a eso y en caso de discusión los tribunales deben resolver la controversia. Los juristas, desde todos nuestros puestos de trabajo, brindamos un modesto, aunque imprescindible, servicio. Un servicio necesario para que la sociedad funcione y progrese. Pero no caigan nunca en mesianismos justicieros, pues, en ese caso, las desgracias y las frustraciones serán inconmensurables. A más de veinte años de haber estado sentado donde ahora están ustedes, les puedo decir, como consejo, que no se olviden nunca que las cuestiones jurídicas son manejadas y resueltas por personas de carne y hueso que hacemos nuestro mayor esfuerzo para que todo salga como lo quiere la ley, pero que no podemos evitar nuestras imperfecciones ni nuestras miserias. Por eso lo más importante en un abogado es estar del lado del individuo para protegerlo, con el escudo del derecho, frente a los abusos y a las arbitrariedades del poder.
Sean, entonces, decentes, sean fieles a las soluciones del derecho de nuestra Democracia y recuerden que detrás de cada caso, de cada expediente, de cada situación de trabajo que van a tener sobre el escritorio hay seres humanos que se juegan mucho y que merecen ser tratados con dignidad y con objetividad, que es lo único que puede brindar con seguridad el derecho. Si eso, además, sirve para hacer justicia o para llevarnos a un mundo mejor, que así sea.
Muchas gracias por su atención.