Discurso pronunciado por el Dr. Horacio Corti
Acto de colación de grado del día 5 de octubre de 2007
Sr. Decano, egresados, familiares, amigos:
Es muy emocionante compartir con ustedes esta ceremonia. Es éste un momento importante de sus vidas. Y están felices por ello. También las personas que los aman, que están aquí junto a ustedes. Orgullosos de ustedes.
Pero también estamos realizando un ritual colectivo, importante para nuestra sociedad. La jura de la bandera durante la primaria, la conclusión de la primaria y de la secundaria, las ocasiones en las cuales votamos, la ronda de las Madres en la Plaza de Mayo son todos rituales laicos en los que participamos de forma colectiva. En ellos está en juego el conocimiento, la vida democrática, la defensa de los derechos humanos y de la Constitución, es decir, aquello que hace a nuestra identidad. Cada vez que, como en este mismo instante, participamos de un ritual, actualizamos y damos vida a lo que más valoramos como sociedad.
En esta circunstancia para ustedes tan relevante quisiera que recordáramos juntos tres conceptos que me resultan decisivos.
En primer lugar la gratitud.
La vida, con sus sufrimientos y sus alegrías, es un milagro. Y debemos estar siempre agradecidos de estar aquí. De simplemente estar aquí.
Mucho esfuerzo han realizado para llegar a este día. Horas de estudio y dedicación. Pero no lo han hechos solos. Por un lado esta Universidad pública se encuentra sostenida por todos, con los recursos de todos. Por otra parte, los conocimientos se obtienen por escuchar a otros (docentes, colegas), por debatir con otros, por leer los textos escritos por otros. Por eso esta Universidad está basada en el pluralismo, en la libertad de cátedra, en el diálogo polémico y en la virtud del disenso. El conocimiento es una tarea común y debemos agradecerle a todos esos otros que han permitido nuestra formación.
Ustedes no se llevan de acá un objeto sino un conjunto de experiencias, que ya son parte de ustedes mismos. De lo que son, no de lo que tienen.
Y ese agradecimiento se traduce en aquello que ustedes, de aquí en más, harán por los otros en el mundo. Pero también aquí, en esta Facultad, como docentes, como investigadores, incluso como autoridades. Es un lugar común decirlo, pero es cierto: cuánto más damos más recibimos.
En segundo lugar la justicia, el anhelo de justicia.
De todos sus aspectos quiero destacar brevemente uno: la igualdad.
Vivimos en una sociedad profunda y estructuralmente desigual, es decir: injusta. La falta de techo, de agua, de comida, de salud, de educación, de condiciones dignas de vida, es, hoy en día, no un caso marginal, sino un elemento que hace a las características de nuestra sociedad.
En 1976, como ya lo señaló Rodolfo Walsh en su Carta abierta a la Junta Militar, se proyectó una sociedad basada en la exclusión y es en ella en la cual vivimos y a la cual no sabemos cómo modificar.
Ante ello nuestra obligación, como miembros de la comunidad jurídica, es afirmar el compromiso esencial del Preámbulo: nuestra Constitución fue dictada con el objeto de promover el bienestar y asegurar la libertad de todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Escuchemos: esta tierra es para todos.
Y si en la Constitución afirmamos que es para todos, entonces es posible que sea realmente para todos.
Ya sabemos. La realidad misma, el pensamiento conservador vinculado a esa realidad y, claro, los que disfrutan de los privilegios, dicen lo contrario. Según ellos, es una evidencia que no es posible que todos vivamos dignamente.
Me parece entonces decisivo que en este momento afirmemos, en conjunto, el derecho de todos a vivir con dignidad, tal como lo exige, para decirlo con un expresión de nuestra tradición jurídica y de la Constitución de 1949, la justicia social.
Llegamos así, luego de recordar la gratitud y la justicia, al tercer aspecto que deseo compartir con ustedes: la amabilidad.
La vida no es fácil. Hay obstáculos, dolor, adversidades. Las circunstancias del mundo nos ponen pruebas. Y perseguir la justicia, o lo que consideramos correcto, lleva al enfrentamiento y a la disputa con los otros. En esas condiciones es preciso ser amable.
Walter Benjamin, al comentar un poema de Brecht, menciona una máxima china según la cual los clásicos vivieron en los tiempos más sanguinarios y oscuros y fueron, sin embargo, las personas más amables que jamás se hayan visto.
Y después agrega: “Quien quiera someter lo duro no debe dejar pasar ocasión alguna para ser amable” (Comentarios a poemas de Brecht).
Bien. De aquí en más el destino, el azar, sus propias elecciones, los llevarán por caminos que ahora ni siquiera imaginan. Tal vez alejados del derecho. Piensen que Macedonio Fernández, que en julio de 1897 recibió en esta misma facultad su diploma de abogado, es unánimemente considerado el punto de partida de la literatura argentina del siglo XX.
Disfruten este momento. Como decía Nietzsche: “Si decimos sí a un único momento habremos dicho sí no sólo a nosotros mismos sino a toda existencia. Nada está aislado, ni en nosotros mismos ni en las cosas. Y si incluso una única vez la felicidad hace vibrar y resonar nuestra alma, todas las eternidades habrán sido necesarias para crear las condiciones de ese único acontecimiento y toda la eternidad ha sido aprobada, redimida, justificada y afirmada en este instante único en el que hemos dicho sí” (Fragmentos póstumos, 1885-1889).
Muchas gracias.