Discurso pronunciado por el Dr. Juan José Ávila
Acto de colación de grado del día 23 de marzo de 2007
Sr. Decano, Autoridades de la Facultad, Sres. Profesores y Docentes, noveles Abogados y Traductores Públicos, Señoras y Señores.
Se me ha otorgado el alto honor de dirigirles la palabra en esta ceremonia de colación en la que se les confiere a cada uno de ustedes un grado universitario.
Este acto importa, simultáneamente, una despedida –como alumnos de esta Facultad– y un recibimiento –como colegas en esta dura pero apasionante experiencia de servir en la justicia de los hombres–.
Con voluntad, a veces con tesón y otras con sacrificio, han superado esta etapa de formación; por eso les expreso mis más cálidas felicitaciones.
Pero también les digo ¡hasta pronto!, pues nos seguiremos encontrando en el ejercicio profesional; o en esta misma Casa con quienes hayan elegido continuar en la Carrera Docente o con los que en razón de las exigencias y creciente complejidad de la vida moderna –que obviamente se proyecta permanentemente a lo jurídico– continúen estudiando y actualizándose en la rama del derecho que hayan elegido.
Con este ¡hasta pronto! culmina pues la despedida.
Paso ahora al recibimiento; pero antes debo hacerles un comentario: en esta misma ceremonia recibe su diploma mi hija Agustina. Esto, además de multiplicar mi emoción, creo que me da cierta autoridad o cierta licencia para hablarles a ustedes como lo haría a solas con ella.
Me gustaría empezar entonces haciendo una observación para culminar, a propósito de esa observación, con dos reflexiones. Tanto la observación como las reflexiones están íntimamente vinculadas con la ética de nuestra profesión. Gira entonces en torno de nuestro rol como abogados, de operadores del derecho.
Esa situación, ese rol, nos concede un privilegio que puede constituirse en un instrumento enaltecedor o en una mercancía abyecta: tengan en cuenta, colegas, que el poder plasma, se objetiva, en normas. Por eso, las mayores tropelías que se pueden cometer en un estado de derecho asumen la forma de normas jurídicas o de resoluciones judiciales.
Y obvio es recordarlo, detrás de ellas hay abogados. Y estos suelen refugiarse en la eficacia para justificar la falta de ética.
Y ahora mi primera reflexión: eficacia vs. ética es un dilema que se les va a presentar repetidas veces en el ejercicio profesional. A veces la eficacia toma el nombre de necesidad política o de deber frente al cliente; otras, asume la forma descarnada de la lisa y llana corrupción.
No dejen que la excusa de la eficacia determine la preclusión de la ética: no hay, no puede haber eficacia sin ética. Cuando ese dilema se plantea como excusa ya estamos ante un hecho consumado, ya perdió la ética: ya la norma tiene un beneficiario espurio. Y la ética no admite beneficiarios espurios: su regla es la universalidad.
Mi segunda reflexión es más general, menos íntima, tal vez, que la anterior.
Cuando yo me recibí de abogado, hace bastante, más de cuarenta años, apelar a los derechos humanos, inclusive invocarlos, era tendencioso, estaba mal visto.
Fue un gran jurista salido de esta Casa, lamentablemente fallecido prematuramente, Carlos Santiago Nino, quien le confirió entre nosotros el valor, la universalidad y la dignidad que hoy tienen.
Pero nunca debemos olvidar que la condición de posibilidad de ejercer esos derechos básicos, depende del correcto y eficaz funcionamiento de las instituciones de la democracia republicana; en especial, de la representatividad de los legisladores y de la legitimidad sustancial de sus decisiones, y de la independencia y coraje de nuestros jueces.
Si hubiera logrado que estas reflexiones se hagan carne en cada uno de ustedes, sentiría que en este día tan excepcional para mí como para ustedes habría cumplido con mi cometido.
Muchas gracias.