Discurso pronunciado por el Dr. Héctor Sandler
Acto de colación de grado del día 15 de diciembre de 2006
Sr. Decano de la Facultad de Derecho, estimados Profesores, alumnos, familiares de los alumnos aquí presentes, amigos en general.
Les confieso que estoy emocionado en este día que es una fiesta y a su vez los envidio. Envidio a los estudiantes que hoy reciben su grado, su título de abogado. Los envidio por la edad, en primer lugar, y en segundo lugar, los envidio porque están coronando una carrera pero en el umbral de iniciar la más nobles de las profesiones o el más vil de los oficios. Esta no es una frase mía. Es la frase que recibí cuando yo también me recibía en Córdoba. Se la debo a don Arturo Orgaz, excelente profesor, que en reiteradas ocasiones supo explicarnos el sentido profundo de esta frase. “La más noble de las profesiones o quizás el más vil de los oficios”. Una frase generadora de una gran responsabilidad. ¿Por qué la más noble de las profesiones? ¿Con motivo de qué esta jactancia? Bueno, la más noble de las profesiones porque tiene por fin y propósito, más allá de que lo logre, luchar por la justicia. En la obra de Platón, La República, cuando comienza se sostiene un hecho casi paradójico: la justicia no puede dejar de reinar ni siquiera en un grupo de asaltantes de una ciudad. Si no se ponen de acuerdo en un reparto justo del producto del robo, no podrán constituir la banda. Hasta entre los delincuentes priva el valor de la justicia como un principio de orden. ¿Cómo va a faltar entonces la justicia como principio de orden en la vida social, en la vida cotidiana? Y ustedes van a obtener sus títulos, van a ser legitimados, precisamente para luchar por esa justicia. Y ¿por qué corren el riesgo, impensadamente, sin propósito, quizás por descuido o por fuerza de las circunstancias, que en lugar de desempeñar la más noble de las profesiones cometan el más vil de los oficios? ¿El más vil de los oficios? Sí, porque como contrapartida, desde el ejercicio de la abogacía, se puede servir a la injusticia. Ustedes enfrentarán en cada ocasión del ejercicio profesional esta duplicidad de posibilidades. Para colmo ellas se presentan en un país grandioso. Un país que es grandioso como grandiosa es la bandera que preside este acto, forjada con colores realmente inmaculados. Un país grandioso por su territorio, por su gente, pero en gestación. Y ustedes a partir de este momento tendrán la posibilidad de luchar por la Justicia inspirados en esa Biblia laica que se llama la Constitución Nacional, cuyo germen principal está en su Preámbulo, por cuya declaración los representantes del pueblo y todos nosotros nos obligamos a hacer algo para mejorar las condiciones de vida para el pueblo argentino. Constitución que, por añadidura, se inspirada nada menos y nada más que en una fuente increíble de conocimiento. Esa fuente es Dios, “fuente de toda razón y justicia” como así se dice. Y no lo hacemos para nosotros, como un país egoísta, sino como dice el cierre del mismo Preámbulo “para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Esta es la Biblia laica con los cuáles ustedes van a ejercer la profesión de abogado. Demanda un esfuerzo excesivo, lo confieso. Me excede a mí y excede a muchos de nosotros poder cumplir semejante mandato. Que no nos ensombrezca la alegría de este día, la alegría de todos ustedes en este día de fiesta, que no nos ensombrezcan, repito, hechos cotidianos que no nos gustan, que son visiblemente insatisfactorios. Cada uno puede hacer una larga lista de estos hechos. Pero si alguien tiene la posibilidad de eliminarlos, de mejorar las situaciones que no agradan, son los hombres de derecho. Porque en la sociedad moderna, queridos amigos, por más que se suenen voces contra los abogados, la administración de justicia y el derecho que se dicta, cuando llega el momento de querer restablecer las condiciones de vida en cualquier punto de la sociedad, los hombres apelan al derecho. A veces se ha escuchado la voz “que se vayan todos” y esta exclamación puede alcanzar también a los abogados. Pero los mismos que así protestan cuando quieren que las cosas anden mejor y se reestablezcan mejores condiciones de vida, piden el auxilio del derecho. Y ustedes jóvenes tras largos estudios, se convierten hoy en hombres de derecho y así, aquí mismo, en esta mesa, en unos instantes recibirán el título que los obliga a comportarse como sacerdotes del derecho. Tendréis entonces la magnífica oportunidad, la excelente oportunidad, la envidiable oportunidad de ser, de concretar en la actividad diaria, a la más noble de las profesiones y aumentar así la justicia que tanto hace falta en nuestro país y en el mundo entero.
Nada más. Muchas gracias.