Discurso pronunciado por el Dr. Daniel Rafecas
Acto de colación de grado del día 14 de julio de 2006
Señor Decano y demás autoridades, distinguidos miembros del cuerpo docente, futuros colegas, señoras y señores.
Me ha tocado hoy el honor de estar ante ustedes en representación de esta Casa de estudios, mi casa.
Digo que es mi casa porque a pesar de estar cerca de los 40 años, nunca me fui. Tras recibirme de abogado igual que hoy lo hacen ustedes, he ejercido la docencia desde entonces hasta hoy y me he especializado mediante la carrera de posgrado en mi campo de estudios, el Derecho penal.
Sé que muchos de ustedes harán lo mismo, ya sea al consagrarse a la noble vertiente de la docencia, o bien, continuando sus estudios en la diversa y excelente oferta de carreras y cursos de posgrado que ofrece esta Facultad.
O bien, porque coincidirán conmigo, en que, en esta Casa de estudios, se respira un ambiente de democracia, de libre circulación de ideas, de inquietudes académicas y filosóficas, que es muy difícil de hallar en otros ámbitos institucionales, y que en gran parte le es debido a la autonomía universitaria, al autogobierno que conformamos profesores, alumnos y graduados, gracias al cual contamos actualmente, con un decano con la calidad humana y científica del Dr. Atilio Alterini, fiel garante del mantenimiento de estas delicadas condiciones en las que se desenvuelve la vida cotidiana de la Facultad desde la restauración de la democracia. Por eso, permítanme salir del protocolo para pedir para él un aplauso de parte de la comunidad universitaria aquí presente.
Más allá de ello, en estos minutos de que dispongo quisiera hablarles de su futuro de ahora en más. Tengan la plena confianza de que han sido preparados para sortear todos los desafíos que se les plantee en la actividad profesional. Y no me refiero sólo a los desafíos técnicos, que sabrán superar a partir del conocimiento teórico y práctico obtenido en el transcurso de la carrera, sino también y especialmente, a los desafíos éticos: frente a éstos, nunca se olviden que en esta Casa han tenido ejemplos de sobra, de honestidad intelectual, de humildad y de decencia, como yo también los he tenido. Nunca olviden a sus maestros, a esos profesores y profesoras que han dejado una huella en su carrera (como los que aquí están presentes para entregar diplomas), porque en los momentos difíciles, frente a los dilemas que les va a plantear la profesión, la conciencia de cada uno de ustedes apelará a ellos, que sabrán aconsejarles bien. Y nunca se olviden, que estos ejemplos a los que cada uno de ustedes habrá de acudir cuando sea preciso, son la prueba viviente de que no hay que renunciar nunca a los valores y principios que los llevaron a elegir el Derecho y que les fueron consolidados en esta facultad. Estos valores, estos principios tienen que ser en su actividad futura tan irrenunciables e innegociables como lo son las garantías constitucionales en un Estado de Derecho.
Y permítanme ahora emplear una metáfora para graficar algo más que hoy les quiero decir. En la última escena del film bélico, ganador del Oscar, “Rescatando al soldado Ryan”, el Capitán John Miller, antes de morir, le pide al soldado James Ryan, que su vida futura sea digna del tremendo coste que había significado su rescate de la guerra: “merecé todo esto”, fueron sus últimas palabras. Aquel soldado regresará en el final de su vida a rendir cuentas a la tumba del Capitán Miller, habiendo llevado una vida digna y recta, acompañado de la familia que había formado.
Este mismo mensaje es el que quiero llevarles hoy a todos ustedes, noveles colegas: merezcan este privilegio de haber alcanzado un título universitario en la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Nunca olviden que su formación académica ha sido posible merced a un enorme esfuerzo no sólo del Estado Nacional, que destina importantes y preciosos recursos a esta causa, sino también debido al esfuerzo de todos los que fueron sus profesores, sin olvidarme de todos los seres queridos que con su aliento, su apoyo, su fe en ustedes, los han apuntalado en todos estos años.
La mayoría de esos seres queridos hoy están aquí: padres, madres, abuelos, sus parejas, hijos, hermanos, amigos. Quisiera que estas palabras sirvieran de homenaje especial a todos ellos, quienes de algún modo, también hoy se están recibiendo junto con ustedes. Para todos ellos, de parte nuestra, les pido otro aplauso.
Todos esperamos mucho de esta nueva generación de abogados. Por primera vez en casi un siglo de historia, su formación ha sido integralmente en la democracia, y eso da esperanzas en que, a medida que vayan ocupando sus puestos en la actividad privada o en la administración pública, especialmente en la Justicia, de a poco sigamos en el camino de la consolidación de las instituciones de la República.
Y digo esto porque estoy seguro que entre ustedes, en un futuro no muy lejano, habrá prestigiosos abogados del fuero, eximios profesores y juristas destacados, habrá jueces, fiscales y defensores, habrá legisladores y diplomáticos.
Por eso, háganse merecedores de esto. Honren el título que están por recibir, no sólo con solidez teórico-práctica, sino especialmente, con solvencia moral, con rectitud, honradez y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, un principio básico muchas veces olvidado.
En resumidas cuentas, les quiero expresar mi deseo, y espero sea vuestro compromiso, ante esta Casa de Estudios, ante estas autoridades y miembros del cuerpo docente, y ante sus seres más queridos: Que el desempeño profesional de cada uno de ustedes, en tanto devolución de todo lo hasta aquí recibido, contribuya a cimentar -en palabras de Luigi Ferrajoli- ese tránsito tan difícil que vivimos como Nación, desde una democracia formal hacia una democracia sustancial, y en definitiva, podamos entre todos, dejarle a nuestros hijos y nietos, un país mejor.
Mis felicitaciones a todos. Nada más, muchas gracias.