Discurso pronunciado por el Dr. Jorge L. Kielmanovich
Acto de colación de grado del día 24 de febrero de 2006
Señor Decano, señores secretarios, profesores, egresados, familiares e invitados:
Por amable invitación del Señor Decano, que por cierto me distingue y agradezco, me toca hoy despedir a alumnas y alumnos que hasta ayer poblaron bulliciosamente las aulas de esta Facultad; y darles, en cambio, una calurosa bienvenida ya como Abogadas y Abogados.
Es esta una ocasión propicia para recordar la importancia de la Abogacía, profesión que, por cierto, no se agota con la dirección jurídica del pleito, sino que aprehende la actividad extrajudicial dirigida a prevenir o ya disminuir la litigiosidad, procurando a la vez mantener en delicado equilibrio el interés privado insito en su naturaleza de auxiliares de las partes, con el público que se constata a partir de su debida cooperación o colaboración como auxiliares del tribunal, pues como bien decía Montesquieu, "una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad".
En este sentido, me parece oportuno recordar también la parábola que solía referir un muy querido Titular de esta Casa, el Prof. Isidoro Eisner, de aquel visitante que al ver a tres obreros que picaban piedras junto a un solar donde se habría de levantar un templo, y preguntado uno de ellos qué era lo que estaban haciendo en el lugar, obtuvo como respuesta: "ya lo ve, pico piedras"; del segundo: "me gano el sustento de mi familia"; y del tercero: "levanto una catedral".
El Abogado, no es, no puede ni podría dejar de ser sino aquel tercer picapedrero de la historia, pues levanta metafóricamente catedrales y no simplemente asesora, patrocina o procura ganarse su sustento, desde que en sus manos queda, en definitiva, el aseguramiento de la vigencia y efectividad de los derechos y garantías que nuestras Constituciones y Leyes generosamente proclaman para todos, tanto en su desempeño liberal como en la función de Juez o Legislador.
Sin Abogados no es ni sería posible hablar entonces de una verdadera igualdad ante la ley ni mucho menos de un debido proceso legal, como ya el propio Fuero Juzgo en España habría de reconocer al autorizar su actuación para neutralizar desigualdades sociales, a fin de evitar que "por el medio del poderío desfallezca la verdad".
Por eso, en este tan trascendental día y en los días por venir, pueden y podrán legítimamente enorgullecerse de la profesión que han elegido, y de haber accedido a ella en esta Facultad de Derecho, la cual, a pesar de injustas críticas y de limitaciones materiales, ha sabido responder eficientemente a los desafíos de la brumosa, conflictiva pero atractiva época que nos toca vivir, confirmando con la labor desarrollada, que esta Argentina, a pesar de tantas y tan variadas dificultades, no se resigna ni se abandona alegremente a su suerte y mantiene, antes bien, inquebrantable su fe en el Derecho.
Para concluir, solo me resta despedirme en nombre de la Facultad de Derecho, y en su nombre y en el mío propio, felicitarlos a Ustedes y por su intermedio a todas las familias que han sabido acompañarlos y apoyarlos, en la seguridad de que el esfuerzo mancomunado de unos y otros valió la pena.
Mucha suerte en esta nueva etapa que comienzan, y muchas gracias.