Discurso pronunciado por el Dr. Héctor Osvaldo Chomer
Acto de colación de grado del día 25 de noviembre de 2005
Sra. Vicedecana, Sr. Subsecretario Académico, Sres. Profesores, colegas:
Es un honor para mí presentarme ante ustedes en esta oportunidad que, seguramente, será inolvidable, pues concluye la memorable secuencia universitaria que da paso a una etapa nueva y diferente, a partir de la cual cada uno de los graduados comenzará a aplicar sus conocimientos en el concreto campo profesional.
Verán ustedes que el tiempo invertido como estudiantes no será fácilmente olvidado y añorarán esta etapa universitaria.
Algunos podrán acaso extenderla procurando ampliar sus conocimientos en el posgrado y hasta visitarán otras universidades u otras ciudades, incluso en el extranjero.
Más nada será igual, porque la etapa de estudios que ahora concluye los ha transformado en abogados.
En algún momento se pierde la condición de alumno, más recuerden que nunca ha de perderse la esperanza de aprender, de compartir experiencias e ideas.
Algunos de ustedes ejercerán libremente la profesión, otros serán jueces, fiscales o funcionarios en distintos niveles de la administración.
Pero cualquiera sea su lugar y tarea, los une una única insignia: son Abogados graduados en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
Esa identificación los obliga, pues de ahora en adelante serán profesionales del derecho, y el desafío no es ya aprobar cada una de las materias del plan de estudios; en adelante su norte no será diplomarse, sino que el nuevo reto reside en obrar con lealtad y éticamente.
Algunos pensarán que tal conducta es inconciliable con la profesión que han elegido, porque abogar significa argumentar en favor de alguien.
Es obvio que podrán abogar de diferentes modos, que cada vez podrán defender ideas absolutamente encontradas y que en ese ejercicio podrán también sentir que el disfraz de sus palabras en muchos casos viste lobos como corderos.
Pero si ustedes creen que la graduación los habilita a obrar de mala fe o sin ética, hemos fallado.
Es bueno que lo mediten ahora, cuando aún no han abandonado el claustro porque estamos a tiempo de ayudarlos, de guiarlos y de aconsejarlos para que en adelante puedan servir a la ley.
Recuerden que, cualquiera sea el caso, siempre la ética deberá presidir cada uno de sus actos.
No es sencillo, es obvio, pero nada de lo que les aguarda será simple.
Deberán procurar navegar en las aguas turbulentas del conflicto, intentando desdibujar el entuerto para que los protagonistas puedan encontrar paz.
Si en ese intento se presentase el conflicto ético o moral, recurrirán a su conciencia y al consejo de sus maestros.
Esta facultad permanecerá a su servicio para encaminarlos a través de sus profesores.
Nuestra misión no ha concluido aún, estaremos aquí expectantes y aguardando enorgullecernos de su paso por esta casa.
No teman al desafío que se les presenta, están preparados; y si por algún motivo dudan recuerden que los principios generales del derecho son sabios y los guiarán de modo adecuado.
Si en alguna oportunidad creyeran que el desafío los supera, no duden en que estaremos aquí; sus viejos profesores, sus amigos, en fin: todos quienes hemos procurado formarlos para que dediquen su vida a la solución de los conflictos y al imperio de la ley.
Si nunca vienen, pensaremos que están bien y seguros con lo que les hemos dado, y estará en ustedes obrar lealmente; si nos buscan, estaremos seguros de que no hemos fracasado, porque quien procura el consejo de sus maestros es persona de bien.
Y si persiste la duda o la tentación, acudan al recuerdo y ejemplo de Manuel Belgrano, quien con dedicación y renunciamiento constante, se entregó enteramente a su patria sin reclamar retribución ni premio alguno.
Nada más me queda que felicitarlos por su entrega y expresarles mi satisfacción por estar ahora con ustedes, y repetirles que no nos olviden, porque los necesitamos; la universidad los necesita, nuestra patria los necesita.
Muchas gracias.