Discurso pronunciado por la Dra. Norma Costoya
Acto de colación de grado del día 29 de agosto de 2005
Señor Decano, familiares y amigos de los graduados, colegas docentes, colegas abogados.
Hoy es un día especial para todos ustedes, y también lo es para mí.
Hace unos días una ex alumna me llamó para pedirme que le entregara su diploma, lo que acepté con gusto y conmovida.
Que un alumno, al cabo de su carrera, recuerde a un profesor al que hacerle este pedido, es una distinción y para mí tiene una importancia mayúscula. A eso se ha sumado que la Facultad me invite a dirigirme a todos ustedes, y esto francamente es un honor.
Me vienen a la mente el momento en que yo misma empecé a estudiar, mis años en estos claustros, mi inicio en la profesión y en la docencia universitaria hace ya más de treinta años, y finalmente el momento en que tuve el orgullo de ocupar la Subsecretaría Académica. Y me gustaría transmitirles hoy a los nuevos graduados la satisfacción que me dio recorrer ese camino y encontrarme hoy compartiendo este momento con ustedes.
No es fácil decidir qué decir en oportunidades como éstas. Nunca hice cátedra ante mis alumnos, y no voy a empezar con ustedes. Tampoco me siento en condiciones de dar consejos.
Por lo que me limitaré a referirme a algunas cuestiones que a mi juicio hacen a esta profesión que elegimos, y que pueden hacer la diferencia.
Los que fueron mis alumnos me habrán escuchado decir que elegir es un privilegio. No todos pueden elegir dónde y cómo vivir, de qué o con quién vivir. Muchos menos pueden elegir estudiar. Y sólo unos pocos, pueden elegir estudiar una carrera universitaria. Espero que sean conscientes de eso y estén a la altura de las circunstancias.
Y por sobre todo espero que el camino que hoy inician se parezca lo más posible al que imaginaron, que puedan disfrutar de los éxitos, y que los fracasos –que siempre habrá alguno– no los desanimen.
Y si la profesión no resulta ser lo que supusieron, que la dejen y no la malogren.
Todo trabajo humano contribuye al desenvolvimiento de la sociedad, y debería estar siempre orientado a su progreso armónico. Las distintas ocupaciones tienen sus más y sus menos, y nuestra profesión puede ser bien o mal ejercida como cualquiera. Hay quienes la denuestan. Dicen que como fueron los magos de la tribu o los sacerdotes de la Edad Media, hoy están los abogados, “ocultando a los no iniciados los secretos de su negocio” , y haciendo complicado lo que en realidad es simple.
Y algo de razón tienen. Siempre, como los magos y los sacerdotes de entonces, quien posee el conocimiento detenta el poder, y por eso la poca difusión del cocimiento, o lo que es lo mismo, la baja educación, conspira a favor de una sociedad despareja, manejada por unos pocos, lejos de los ideales democráticos. Eso hace que el que tiene el conocimiento tenga una seria responsabilidad social.
En nuestro caso, fuimos formados para conocer el Derecho, herramienta que juega un papel operativo: es una técnica social específica de motivación y de control de la conducta humana, un instrumento de la Política –con mayúscula–, que además, y por si fuera poco, regula el uso del aparato de fuerza estatal.
En este sentido, el abogado es un técnico.
Es deseable que la Ciencia del Derecho analice de manera neutra los enunciados que componen el derecho positivo, elaborando soluciones posibles a los conflictos que se planteen.
Las estructuras lógicas y metodológicas desplegadas en la Facultad sirven para su comprensión y reformulación sistemática.
Pero así como el Derecho puede ser estudiado desde un punto de vista neutro, decidir si aplicar –o recomendar la aplicación– de una u otra norma o elegir una de las soluciones posibles, involucra siempre un planteo de valor y una concepción ética.
Valoramos primero al decidir si la norma tiene o no fuerza obligatoria, y valoramos luego al elegir una solución de las varias posibles.
Así como aquellas estructuras metodológicas atañen al plano de la explicación, las estructuras axiológicas y políticas apuntan a su justificación. Confundir estos dos niveles es malo y no podemos como profesionales quedarnos sólo con lo primero, negando o desconociendo lo segundo, que es justamente lo que le da sentido a nuestro accionar, en tanto accionar humano.
El sostener que es valiosa la existencia de un orden jurídico que regule las relaciones entre los miembros de la comunidad, no implica renunciar a la crítica ética de sus normas. Una norma legal, puede ser contraria a la ética. El dilema de aplicarla o no va a presentársenos, y al resolverlo acudiremos a un sistema de valores que nos indique la desobediencia de la norma o una buena razón para aplicarla a pesar de su disvalor.
La Facultad debe haberles enseñado todas estas cosas, pero la elección será siempre de ustedes. Y en esto espero que sus razones al elegir estén en línea con el bien de la comunidad, y no sean alimentadas por intereses particulares subalternos.
Estamos acá para despedirlos como alumnos, pero también para invitarlos a que sigan con nosotros. La Universidad es una de esas instituciones que se nutren de los productos de su propio seno. Formamos abogados para que ejerzan como tales, pero unos volverán como docentes y algunos otros como miembros del claustro de graduados, integrando así esa república que construyeron con mucha ilusión los reformistas del 18. Otros, espero que todos, para seguir formándose en sus posgrados. Sepan, en definitiva, que esta Facultad, su alma mater, cuenta con ustedes para que participen responsablemente de su destino.
¿Qué les puedo desear? Como lo he dicho en muchas de mis clases de final de curso, que encuentren en el ejercicio profesional toda la satisfacción posible. Que las horas dedicadas al estudio y sacadas a la familia o al ocio se vean justificadas. En gran parte dependerá de ustedes mismos.
¿Qué clase de abogado me gustaría que fueran? Honestos, consigo mismos y con sus clientes. No sólo en el plano económico sino también en el intelectual. Saber derivar o compartir el caso para el que no están preparados. Estudiar lo que no se sabe. Como decimos los porteños, “no chantear”. Estarán un paso más cerca del sabio si pueden reconocer qué es lo que no saben. Y por añadidura serán más humildes.
Me gustaría que no fueran dogmáticos. Que estuvieran abiertos a analizar las cuestiones que se les sometan desde distintos ángulos. Que desafiaran la teoría aprendida para intentar una nueva, si eso puede servir para defender a su cliente. El dogmatismo, propio de otras disciplinas, es la muerte de la ciencia, pero además, es la actitud que anquilosa las mentes, las estandariza y les resta la riqueza para las que están dotadas. Trabajen con la convicción de que hay otra alternativa.
Me gustaría que pelearan feroz pero lealmente por los intereses que les encomienden. Que sus colegas sean sus compañeros.
Que hagan de su trabajo un placer, que como me pasó a mí disfruten hasta de las colas de los ascensores de Tribunales.
Me gustaría que fueran tolerantes. Que pudieran escuchar a la contraparte, no viéndola como un enemigo, sino como alguien que tiene una perspectiva distinta de la misma situación.
Me gustaría que al mismo tiempo tengan convicciones. Que eso les dé la certeza de que tienen límites, de que pueden decir que “no” cuando lo contrario pueda afectar la ética profesional o su propia moral. Todos merecemos una defensa, y seguramente siempre hay un aspecto de la cuestión que tienen algún rasgo positivo. Pero tenemos que estar en condiciones de discriminar lo que es el cumplimiento de nuestro deber, y lo que es bueno o malo.
Me gustaría que recordaran que estudiaron en una Universidad pública y gratuita, y se hicieran un poco de tiempo para atender al necesitado. ¿Saben que hay mucha gente de poca educación que no reclama sus derechos no porque no pueda acceder a un abogado, sino porque ni siquiera conoce cuáles son esos derechos? No ya el Estado, sino toda la comunidad hizo un gran aporte para su educación; son muchos los argentinos que ni siquiera tienen la oportunidad de asomarse a las puertas de la Facultad. Ustedes tienen a partir de hoy un deber, una deuda pendiente.
Si se dedican a la docencia, me gustaría que pudieran disfrutar del amoroso proceso de enseñanza-aprendizaje, que descubrieran con sus alumnos el placer del conocimiento, que no se aprovecharan de la despareja relación de poder que tenemos los profesores frente a los alumnos, que aprendieran con ellos, que fueran generosos con lo que saben.
Si fueran jueces, me gustaría que impartan Justicia. Y no es una obviedad: quisiera que sus decisiones fueran oportunas y no oportunistas, sensatas, apasionadamente equitativas y desprovistas de pasión mediática. Me gustaría que fueran jueces austeros y discretos, que estuvieran disponibles para escuchar a las partes, que se involucraran con la gente. Que sintieran que tienen problemas para resolver, no expedientes para despachar.
Si les toca legislar, me gustaría que lo hicieran para todos, y esto tampoco es una obviedad. Quisiera abogados ejerciendo la política con miras altas, concientes de que han sido puestos en ese lugar por sus conciudadanos para ser los arquitectos de una sociedad organizada y justa.
Que si ejercen cualquier cargo en el Estado, lo entiendan como una carga y como un honor; que el poder que les deleguen sea aplicado al bien común, a favorecer la equidad social, el desarrollo parejo de todos los actores sociales. Que hicieran algo por los excluidos, por los discriminados, por lo olvidados.
Que la retórica en la que se entrenaron en estos claustros les sirva par adornar su discurso, y no para embaucar a los desprevenidos.
Que nunca actúen contra el Estado de Derecho, que defiendan la República y la Democracia, al menos hasta que alguien descubra una mejor forma de organizar una sociedad.
Y finalmente me gustaría que al estar en alguna de estas situaciones se acuerden de esta época de crecimiento tan rica, que fue su paso por la Universidad, que compartieron con sus docentes y compañeros, y volviendo a lo que dije al principio, les dé tanta satisfacción como a mí.
Graduados, se levanta el telón, hay un público expectante que está viendo qué hacen: familiares y amigos que los ayudaron en este camino, y mucha gente que los necesita. Salgan a escena y den lo mejor. Como en el teatro no les desearé suerte, les digo “merde”.