Discurso pronunciado por la Dra. Susana Cures
Acto de colación de grado del día 17 de diciembre de 2004
Debo comenzar agradeciendo al Doctor Atilio Alterini por haberme conferido el honor de dirigirme a Ustedes en un día tan especial. Confieso que decliné el mismo en alguna oportunidad anterior, pero en ésta no pude hacerlo.
Me alientan dos circunstancias: por un lado, los nuevos aires que se respiran en la Facultad, que crean un clima de apertura intelectual hacia metas y horizontes que comparto, y que percibo cada vez más ambiciosos; por otro, el trabajo realizado y las conclusiones alcanzadas por el grupo de estudiantes que acaba de finalizar, en el marco del Ciclo Profesional Orientado, la primera experiencia que realizo del diseño programático “Desafíos de la nueva abogacía”. Los temas emergentes en el curso me reconfortan desde lo académico, me ilusionan desde los profesional y me alegran desde la experiencia vivencial pedagógica. Se fueron desgranando problemáticas que van desde la necesidad de una formación profesional sólida, que se debe vivificar constantemente por la competitividad existente, la revalorización profesional en los distintos escenarios de desempeño, hasta la integración regional y el indigenismo, pasando por la apertura multidisciplinaria, la comprensión del conflicto interpersonal y su dinámica, la clarificación del rol del abogado, todo ello sostenido por el respeto al imperativo ético, la defensa de los valores esenciales y la propensión a alcanzar seguridad jurídica para todos.
El tiempo cuatrimestral resultó insuficiente para contener los distintos aportes y hoy quiero compartirlo de alguna manera con ustedes y, a partir de allí, formular algunas reflexiones y finalizar proponiéndoles algún desafío para que se lleven con el diploma.
Venimos del cierre de un milenio marcado por la polarización antagónica cuyo punto culminante fue, sin duda, el campo de concentración, y en el que las fórmulas reduccionistas, individualistas o colectivistas, se convirtieron en estimulantes de conflictos.
En un mundo que se desangra, con imágenes que reflejan intolerancias y discriminaciones que nos azotan, con hambre y miseria, con contaminaciones que amenazan al planeta, estamos viviendo en los albores del milenio que llegó signado por la “terceridad”, que pareciera querer alejarse de lo “binario”, que pareciera que intenta buscar puntos de equilibrio y de conjunción armónica entre los hombres y entre los pueblos.
Pienso que en esas búsquedas nos cabe a los abogados un papel protagónico. Debemos decidir estar a la altura de tan importantes circunstancias y asumir ser los profesionales que este tiempo requiere. Tiempo de grandes cambios y grandes exigencias, de límites territoriales que se desdibujan, de economías globalizadas, de regionalizaciones comunitarias, de sitios en Internet, de despliegues tecnológicos... No podemos seguir dando las respuestas de hace treinta años, ni veinte, ni diez.
Seamos abogados capaces de armar puentes para el entendimiento, de generar climas de trabajo que conlleven a la aceptación de la diversidad de criterios, sentimientos y creencias, de ayudar a idear en el disenso, respuestas creativas, decididos a ser artífices del “derecho vivo”, que es el que anida en el corazón de la gente.
Y en tal sentido, seremos capaces de preguntar a nuestros consultantes ¿usted qué querría?, ¿estaremos preparados para saber escuchar una respuesta que implique la satisfacción de sus intereses, aunque no coincida con la estereotipada del caso similar? ¿Podremos sostener que prevalezcan esos intereses, aún con cierta abdicación de nuestras ambiciones personales?
Permítanse elaborar para ustedes un perfil de abogado que adecue a los tiempos tumultuosos que les toca vivir, con sensibilidad comprometida con los cambios en la dinámica social, para hacerla más justa, más participativa y más solidaria; con una mente abierta que les permita innovar con relación a la clásica técnica silogística, litigante y tribunalicia, para desarrollar nuevas metodologías apropiadas al conflicto y sus participantes, no sólo para hallar soluciones, sino también para abordarlo y aún preverlo; la realidad no es “esto o aquello”, la realidad es “esto y aquello”, en el pensamiento del filósofo contemporáneo Jean-Francois Six, miembro fundador del Alto Consejo de la Mediación en París.
Tal vez podamos afianzar una nueva cultura jurídica, que se centre en la persona humana, su inteligencia, sus valores y sus capacidades.
Hace unos días, en un debate en esta casa, acerca de “si la fragmentación argentina es definitiva”, el Dr. Alterini sostuvo que “...ante el miedo y la falta de esperanza la mejor herramienta es el diálogo...".
Van a recibir un título de la Universidad de Buenos Aires que deben honrar y que les abrirá múltiples posibilidades; en todas ellas consideren la importancia del diálogo; en todas ellas pueden asumir un rol facilitador y ser constructores de consenso, saneadores de conflictos y no instrumentos de la agresión espiralada que sólo provoca escalada de violencia.
Podremos contribuir entonces en el sentir de Humberto Maturana a “...recuperar dimensiones negadas o distorsionadas en las relaciones humanas que tienen que ver con el respeto por el otro...”.
Hoy comienza la semana de Navidad, que es símbolo de universalidad y pacifismo y el desafío que me permito proponerles, coincidiendo con sueños compartidos con Enrique Mariscal, es que asuman ser abogados para la paz. No la paz ampulosa de los tratados internacionales, sino la paz humilde, pequeñita, que puede lograrse con el trabajo de cada día.
Dentro del diploma van a recibir una rosa; “es invisible a los ojos” como todo lo esencial, según Saint Exupéry; serán responsables de ella. Cuando sientan que corre peligro de marchitarse, cuando los avatares de la vida hagan que empiece a perder pétalos, vuelvan a esta casa en algún atardecer: recorran sus pasillos, abran algunas puertas, lean afiches, tomen un cafecito en medio de la ruidosa algarabía del bar de estudiantes... cuando vuelvan a sentir los veinte años, sentirán que la rosa recobró lozanía.
Quiero finalizar leyendo una pequeña historia que relata Edgar Morin en su “Epistemología de la Complejidad”; para ustedes, pero también para todos los que hoy los acompañan y que, seguramente, con ilusión y a veces desasosiego, los acompañaron durante todos estos años, desde las distintas formas del amor: padres, hijos, parejas, amigos...
“...Para que la oruga se convierta en mariposa debe encerrarse en una crisálida... La oruga se destruye como tal para convertirse en mariposa. Y cuando ésta rompe la crisálida, se la ve aparecer casi inmóvil, con las alas pegadas, como no pudiendo desplegarlas, y cuando uno empieza a inquietarse por ella, preguntándose si podrá abrir las alas, de pronto, la mariposa levanta vuelo...”