Discurso pronunciado por el Dr. Ricardo Guibourg
Acto de colación de grado del día 16 de abril de 2004
Señor Decano, señores profesores, queridos nuevos colegas, señoras y señores:
Hace cuarenta años, yo estaba sentado allí y un profesor de la Facultad nos decía que nuestro deber en la vida sería luchar por la ley y proteger los derechos de nuestros semejantes. Hoy me toca a mí decirles a ustedes algo parecido, y se trata de un honor que desempeño con gusto y con emoción.
En estos cuarenta años han pasado muchas cosas entre nosotros. Hubo dos dictaduras, muchos miles de muertos, varias crisis terribles, cada una con la corrupción a flor de piel y, como resultado de todo esto, la pérdida, la lamentable pérdida, de muchas de las ilusiones que entonces teníamos los jóvenes.
En la situación que nos toca vivir es necesario que tengamos presente todo aquello que pasó, para que nos sirva de enseñanza y para que el camino que construyamos nos lleve por lugares más felices. Pero, entre todas aquellos males, hay uno que no podemos admitir, uno que no debemos convalidar, uno que es absolutamente preciso revertir. Hablo, desde luego, de la muerte de las esperanzas. Pero, como estoy hablando frente a los jóvenes, como el joven que fui y sigo siendo a pesar del tiempo transcurrido, hablo también de la resurrección de la esperanza. De la esperanza del pueblo, que no es sólo el nuestro, el argentino, sino también el de todo el planeta, que sufre y espera junto con nosotros la reconstrucción de sus ilusiones perdidas.
La esperanza del pueblo tiene muchas facetas. Es como un inmenso mosaico, muchas de cuyas piezas fueron saqueadas en distintos momentos de la historia. Como seres humanos, todo ese mosaico nos pertenece también. Pero, como abogados, tenemos la responsabilidad indelegable de una de sus parcelas: una parcela que históricamente ha sido conocida con el nombre de derecho.
La sociedad de la que formamos parte nos pide, espera de nosotros, que conozcamos el derecho, que luchemos por él y que, en lo posible, lo modifiquemos para hacerlo más compatible con la esperanza común. Pero, si vamos a conocer, defender y mejorar el derecho, es indispensable que tengamos una idea clara de qué es aquello que nos es dado conocer, defender y mejorar. Sin esa idea, sin esa claridad, nuestros esfuerzos pueden parecerse a los manotazos de un ahogado más que a la labor racional de un abogado.
En este aspecto, nuestra profesión se debe todavía a sí misma, y a la sociedad toda, una identificación del derecho capaz de servir, por qué no, de campo de batalla para nuestras ideas o, mejor aún, de terreno de construcción para los materiales que cada uno pueda aportar. Los abogados no estamos de acuerdo entre nosotros – y a veces tampoco con nosotros mismos – acerca de qué es el derecho. Algunos dicen que el derecho no es otra cosa que la justicia. Otros, que se trata de un sistema de normas con las que el Estado intenta regular la conducta de los ciudadanos. Otros más, que el derecho es un instrumento de dominio, un medio de persuasión o un relato que evoca en nuestras mentes ideas motivadoras. Estas distintas concepciones conducen a distintos métodos y compiten entre sí como modelos apropiados para el manejo del fenómeno jurídico.
No voy a hablarles ahora, frente a teorías tan dispares, acerca de qué es el derecho. A cada uno de ustedes le tocará hacer su experiencia y meditar su propia conclusión. Hoy sólo quiero, bajo el amparo de esta ceremonia tan feliz para todos nosotros, compartir con ustedes algunas ideas acerca de lo que el derecho no es.
Ante todo, el derecho no es el amparo de la ventaja de una persona o de un grupo. Ése puede ser el efecto circunstancial de las leyes, sí; pero el derecho requiere cierto consenso para mantenerse y, como se dijo alguna vez, todos pueden ser engañados algunas veces, algunos pueden ser engañados todas las veces, pero no es posible engañar a todos todas las veces. Es nuestra tarea estar alertas contra el engaño.
El derecho no es tampoco una construcción individual. Así como la tierra no es redonda para mí y plana para mi vecino, sino redonda para todos, los que lo creen y los que no lo crean, el derecho – sea lo que fuere – no puede ser distinto para cada persona o para cada grupo. Podemos debatir acerca de sus contenidos; pero el contenido que postulemos para él no es leal si no somos capaces de aplicarlo por igual a todas las situaciones semejantes. Es nuestra tarea prevenir y combatir la arbitrariedad.
Por último, el derecho no es un estado de ánimo, ni una cotización de la Bolsa de Valores, ni un discurso político, ni una encuesta de opinión, ni una campaña mediática. Tal vez sea resultado de todas esas cosas, entre muchas otras; pero, para cumplir eficazmente su función, debe ser mucho más intersubjetivo que una emoción, menos parcial que un indicador económico, más sustancioso que una promesa electoral, más sólido que una encuesta y menos interesado que una campaña de prensa. El derecho, queridos colegas, tiene que ser algo en lo que todos podamos reconocernos, no sólo hoy sino también el año que viene; algo en cuyos mecanismos podamos confiar, no sólo los que somos amigos y parientes de algún poderoso, sino también cuando estamos en la periferia de la sociedad; algo que nos haga sentir partes de un cuerpo social y no nos conduzca a mirar a ningún semejante con temor, con desprecio o con indiferencia. Es nuestra tarea luchar para que el derecho conceda una protección efectiva a todos, todo el tiempo y de manera compatible con las garantías de cada uno.
Yo deseo ardientemente que ustedes logren resolver algunos de los graves problemas teóricos y prácticos que nuestra profesión arrastra desde hace muchos siglos, para que el derecho se parezca a sí mismo. Pero el desafío que enfrentamos es todavía más urgente: si, entre todos, conseguimos al menos que el derecho no se parezca a ninguna de las cosas a las que no debe parecerse, podremos decir un día que estamos satisfechos de haber elegido la profesión de abogado. Sabremos que ha llegado ese día cuando, al contemplar el mosaico de las esperanzas del pueblo, veamos que la parcela del derecho, limpia y restaurada, parece reflejar nuestro rostro.