¡Seguinos!

Año X - Edición 186 17 de noviembre de 2011

Buscar

Presentación del libro "Sobrevivir dos veces"

  • Nota de Tapa

Con el auspicio de la Cátedra libre sobre Holocausto, Genocidio y Lucha contra la Discriminación y del Museo del Holocausto en Buenos Aires, el 31 de octubre último se llevó a cabo en el Salón Verde la presentación del libro “Sobrevivir dos veces” de Eva Eisenstaedt.

En la obra, editada por Milá, se relata la historia de Sara Rus, sobreviviente de la Shoá a mediados del siglo pasado y, a su vez, Madre de Plaza de Mayo desde la década del ‘70. Habiendo nacido en el año 1927, Sara Rus debió soportar no sólo los tormentos propagados por el régimen nacionalsocialista, sino que también la desaparición de su joven hijo Daniel a manos de la dictadura argentina en el año 1977. Daniel Lázaro tenía tan solo 26 años, era Físico Nuclear y trabajaba en el Centro Nacional de Energía Atómica (CNEA) investigando sobre el efecto de la energía atómica en los materiales. Fue en la tarde del 15 de julio de 1977 cuando Daniel perdió por siempre su vida y su libertad al ser embestido por un grupo de sujetos uniformados quienes lo obligaron a subirse a una Traffic. La detención irregular y la subsiguiente desaparición física de Daniel luego se extendió a 20 Físicos más, compañeros de éste, que siguieron su misma suerte. Se ha sostenido que en los secuestros pudo haber habido complicidad en las autoridades de la Comisión de Energía Atómica en base a que tan solo tres días después de su desaparición Daniel fue sorpresivamente despedido de su trabajo. Pese a todas estas desgarradoras inclemencias, en la actualidad, Sara Rus, madre de Daniel, conserva un auténtico espíritu de fortaleza y vitalidad que la ha llevado en todos estos años a continuar bregando sostenidamente por justicia.

En su calidad de presentador, Daniel Rafecas, Profesor Adjunto de esta Casa, explicó que hay al menos cuatro grandes razones para haberse uno acercado a este evento. La primera de ellas es revindicar la memoria de los mártires, de los justos, de las víctimas de la Shoá en el Viejo Continente, y también a las del terrorismo de Estado que acechó a nuestro país. Como ciudadanos de sociedades modernas nos debe incumbir lo sucedido décadas atrás a fin de asegurarnos fielmente de que la historia no se podrá repetir. La segunda razón gira en torno al hecho de que como latinoamericanos debemos recodar el triste papel del continente frente a los atroces acontecimientos de la Alemania nazi. “Latinoamérica estuvo cerrada permanentemente a la venida de refugiados perseguidos por el régimen nazi por su origen judío. Desde México hasta Argentina y Chile las fronteras permanecieron cerradas desde 1933 hasta incluso la posguerra”, enseñó Rafecas. Nuestro continente pudo haber sido el cobijo de cientos de miles de europeos, muchos de los cuales no tuvieron más remedio que perecer a manos del totalitarismo nacionalsocialista. “Como ciudadanos latinoamericanos tenemos el deber de la reivindicación por el triste papel cumplido en aquellas décadas”, amplió. En tercer lugar, como argentinos debemos tener presente las vinculaciones entre el genocidio judío y el terrorismo de Estado en la Argentina que hoy en día son innegables, emergiendo ello en todas las investigaciones judiciales que se están o se estuvieron desarrollando en la materia. Sumado a lo antes expresado, reconoció que los atentados acaecidos en la Argentina durante los años 1992 y 1994 cuentan con un insoslayable carácter de odio antisemita. En cuanto a la cuarta razón que justifica esta convocatoria, Rafecas señaló que como miembros del ámbito del derecho necesitamos comprender que el derecho penal ha jugado un papel oprobioso y abyecto en la constitución de fenómenos como los aquí estudiados. “Prácticamente todo el ámbito académico durante la vigencia del régimen nazi se plegó a los designios de Hitler y sus secuaces, y las ciencias penales hoy sabemos que fueron un importante proveedor de discursos justificantes y legitimantes de la persecución de los enemigos internos, especialmente de los judíos, avalando incluso su inmigración forzosa, su deportación, su alojamiento en guetos, e incluso su extermino físico”, relató.

Por su parte, Sara Rus inició su intervención señalando que tenía sólo 11 años cuando Alemania en 1939 se decidió invadir Polonia, luego de firmado el Pacto Ribbentrop-Mólotov en el que el Reich Alemán y la Unión Soviética convenían la no agresión, además del reparto por cláusulas secretas de la Europa Oriental entre ambos firmantes. Sara Rus oriunda de Łódź, Polonia, explicó el momento en que las tropas alemanas luego de quebrada la resistencia defensiva irrumpieron en la pacífica comunidad de Łódź. Para aquel entonces vivía junto a su familia en un departamento y fue allí en donde se produjo su primer contacto con las fuerzas invasoras y en donde miembros de éstas ingresando a su morada destruyeron adrede su preciado violín.

Con el inicio de la cruel persecución, recuerda la oradora, fue obligada por el régimen a utilizar la estrella de David en el brazo toda vez que quisiese recorrer las calles de su ciudad natal. Tiempo después fue trasladada junto a su familia a un gueto, lugar en el cual se sufrió reiteradamente la falta de víveres. Más allá de todos sus pesares, pudo enamorarse de un joven con quien no tardó en idear su partida rumbo a la Argentina. Se prometieron mutuamente que en caso de sobrevivir a la guerra deberían encontrarse en Buenos Aires. Entre tanto continuaban sucediéndose las llamadas selecciones por las cuales algunos de los que estaban confinados en el gueto eran trasladados a algunos de los centros de detención esparcidos por toda la Europa nazi. En una de estas selecciones, ella junto a su familia fueron intempestivamente conducidos a unos sucios y sobrepoblados vagones de un tren de carga que los llevaría a todo el grupo familiar a Auschwitz, el mayor centro de exterminio de la era nazi en donde se aniquiló entre 1.5 y 2 millones de vidas humanas. En Auschwitz -campo que supo albergar en sus muros a personalidades mundiales como a la jovencísima Ana Frank o al italiano Primo Levi- Sara Rus también debió soportar los innumerables infortunios que caracterizaron a estos atroces centros de confinamiento.

Luego de ser arrastrados fuera de los vagones, Sara junto a otro centenar de personas fueron conducidos a las precarias y ruinosas barracas, siendo además obligados a utilizar vestiduras que a las claras eran inapropiadas para resistir las bajas temperaturas de Auschwitz. Los malos tratos y la falta de comida nunca dejaron de ser el denominador común. Sin embargo, la suerte estuvo de su lado. Tres meses luego de su arribo en Auschwitz, ella y su familia fueron trasladadas a unas fábricas de aviones ubicadas en Alemania. Así, los injustos rapapolvos en cierta medida se atemperaron debido principalmente a que las autoridades de este emprendimiento industrial no parecían comulgar directamente con el ideario nazi. Sin perjuicio de ello, la racionalización de escuetas porciones de comida continuó incólume.

Ante la inminente contraofensiva a mano de los aliados, la familia de Sara es otra vez trasladada por medio de un traumático viaje en tren rumbo esta vez a Austria. De este modo, son llevados a uno de los más brutales centros de exterminio del régimen ubicado en Mauthausen, Austria. A pesar de ello, la suerte volvió a estar nuevamente de su lado. En tanto atestiguaba el paulatino desfallecimiento de su madre debido a lo terriblemente exhausta que se encontraba a raíz de las innumerables tropelías de las que había sido objeto, finalmente se produce la irrupción de las tropas norteamericanos en Mauthausen. Ya con la gracia de la libertad, descubrieron que la madre de Sara no pesaba más que 28 kilos, mientras que Sara misma apenas alcanzaba los 27 kilos. El paso del tiempo y la incorruptible voluntad de ambas les permitieron recuperarse.
Sin embargo, asistida por el cuerpo médico, Sara debió alimentarse a través de suero por varias semanas. “Me propuse una cosa, que tengo que hacer algo porque esto, lo que yo pasé, no debe repetirse, no debe pasar, los jóvenes son el futuro nuestro y ellos debe luchar”, explicó.
Ya luego del reencuentro con su enamorado y finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Cruz Roja facilitó el contacto con algunos familiares de Sara que residían por aquel entonces en Buenos Aires. No obstante ello, Argentina se mostró en aquellos años reticentes a acoger a las víctimas de la Shoá y, por ello, todos en la familia estuvieron forzados salir en busca de otras alternativas. Por esto último, Sara conjuntamente con su familia debieron pasar primero por Paraguay para más tarde cruzar de modo irregular la frontera argentino-paraguaya para desembocar finalmente en el pueblo de Clorinda, cabecera del departamento de Pilcomayo, Formosa. A pesar del hecho de que carecían del dominio del idioma, recibieron un trato extremadamente deferente de los pobladores formoseños. Fue el ahora esposo de Sara quien, habiéndole enviado previamente una misiva a Eva Duarte de Perón, pudo regularizar la condición en que se encontraba todo el grupo familiar.

Sin un oficio determinado, el esposo de Sara pasó a dedicarse exitosamente al rubro textil. Lentamente todo fue encontrando su cauce. Supieron adaptarse a la idiosincrasia argentina para finalmente terminar formando parte de ella. A su tiempo, los médicos le confesaron a Sara que ante los fuertes padecimientos sufridos la concepción de un niño sería una tarea imposible. Pero, en definitiva, los hijos no tardaron en llegar, produciendo Daniel y Natalia un intenso júbilo en el hogar de Sara.

Con la incursión de las fuerzas armadas en la conducción del Estado, su hijo Daniel fue detenido y ulteriormente desaparecido. Los desesperados pedidos de Sara por saber del paradero de su hijo se perdían en las burlas y el destrato que ella padecía diariamente en comisarías y dependencias del Estado al momento de exponer sus consistentes reclamos.

La lenta marcha rumbo a la justicia de su causa parecía verse eclipsada por el doloroso y siniestro hermetismo que habían decidido adoptar las fuerzas armadas. “La lucha no fue en vano, las caminatas y los pedidos a tanta gente sin sentimientos tampoco lo fueron”, sostuvo, y agregó que “nos trataban como animales, rodeándonos con caballos en la Plaza de Mayo, nos sacaban a las madres, desaparecían madres, era un cosa increíble lo que han hecho con nosotros, pero nosotros no nos cansamos, no dejamos de hablar”.

“Nos trataban como animales, rodeándonos con caballos en la Plaza de Mayo, nos sacaban a las madres, desaparecían madres, era un cosa increíble lo que han hecho con nosotros, pero nosotros no nos cansamos, no dejamos de hablar”, explicó Sara Rus.