Andrés J. D’ALESSIO, q.e.p.d., falleció el 4 de abril de 2009
Andrés J. D’ALESSIO, q.e.p.d., falleció el 4 de abril de 2009. El Decano Atilio Alterini, el Consejo Directivo, los Claustros de profesores, graduados y estudiantes, demás autoridades y personal de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, participan con profundo pesar el fallecimiento del ex Decano y Profesor emérito, ruegan una oración en su memoria y acompañan a su familia en el doloroso trance. El velatorio se realizó en el Salón del Consejo Directivo de la Facultad y sus restos fueron inhumados en el Cementerio de Olivos.
Andrés José D’Alessio*
Por Atilio Aníbal Alterini
D’Alessio era todavía estudiante cuando se desempeñó como auxiliar docente en las cátedras de Sebastián Soler y Eduardo Marquardt y en el Instituto de Derecho Penal y Criminología de la entonces Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires que dirigía Luis Jiménez de Asúa. En esa Facultad enseñó Derecho Penal, desde 1974 como profesor adjunto y desde 1984 como profesor titular; también enseñó Derechos Humanos. Desde 1977 a 1979 fue secretario letrado en la Procuración General de la Nación, y desde 1977 a 1979 fue abogado de la Administración Nacional de Aduanas. Desde 1980 a 1982 fue secretario de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Desde 1984 a 1987 se desempeñó como juez de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal, y con los doctores León Arslanian, Ricardo Gil Lavedra, Guillermo Ledesma, Jorge Edwin Torlasco y Jorge Valerga Aráoz el 9 de diciembre de 1985 dictó sentencia en el Juicio a las Juntas. Desde 1987 a 1989 fue Procurador General de la Nación. Desempeñó el decanato de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en los períodos 1994-1998 y 1998-2002. En octubre de 2008 la Universidad lo designó profesor emérito.
En mi carácter de actual decano de esa Facultad despedí sus restos en el Cementerio de Olivos, y dije allí, y repito ahora, que D’Alessio fue un gran decano, que llevó adelante los principios reformistas, gobernándola en armonía con los claustros de profesores, graduados y estudiantes en un marco democrático que –parafraseo a Pericles- no se propuso como modelo para otras unidades académicas sino más bien fue el modelo para ellas; también se propuso optimizar la calidad de la enseñanza, y para exaltarla organizó concursos de designación y de renovación de profesores con jurados de altísimo nivel, que permitieron conformar un claustro de gran jerarquía cuyas enseñanzas son requeridas por estudiantes de las universidades más prestigiosas del mundo.
Recordé también estas palabras con las que Domingo Faustino Sarmiento despidió a Dalmacio Vélez Sarsfield el 31 de marzo de 1874: “Estrecha como es la vida del hombre, y limitada a una corta época y a un reducido espacio de tierra, la gloria es el arte de prolongar y extender la existencia en la historia, haciendo, por grandes e incuestionables servicios rendidos a la humanidad, que mayor número de hombres que los que lo conocieron, lo estimen y amen, y que la loza que cubre sus restos no raye su nombre de entre los vivos, ni sepulte su memoria”. Y dije que Átropos quiso una y otra vez cortar con sus tijeras el hilo de la vida de D’Alessio, y fracasó y volvió a fracasar, y siguió fracasando. Que quizás Átropos esté celebrando su desaparición física como un triunfo. Pero que, en realidad, falló de nuevo, pues todos podemos ver a Andrés yendo hacia las alturas con los reflejos dorados de la gloria.
Semblanza de un jurista*
Por Ricardo Gil Lavedra
Andrés D’Alessio fue una persona que reunía capacidades no frecuentes. No es usual combinar finas condiciones de jurista con templanza, una capacidad de trabajo sin igual, tenacidad y un gran coraje. Por estas razones, dejó su sello en todas las actividades privadas y públicas que emprendió. Lo hizo en el ejercicio de la profesión de abogado, en su larga actividad docente vinculada al Derecho Penal, desde el Instituto de don Luis Jiménez de Asúa, en su ayudantía en la cátedra de Sebastián Soler, como profesor adjunto en la de Enrique Ramos Mejía, y luego en su propia cátedra, finalizando como Profesor Emérito en la Universidad de Buenos Aires. En sus dos períodos como decano de la Facultad de Derecho en la misma Universidad, se destacó por su capacidad de organización y por el orden que impuso en la Casa de estudios.
En el ámbito judicial fue Secretario Letrado de la Procuración General de la Nación, Secretario de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Juez de la Cámara en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital y Procurador General de la Nación. Desempeñó cada una de estas funciones con la pasión que lo caracterizaba, dejando siempre impresa su firme convicción en la defensa de la libertad y autonomía de la persona.
Tengo el honor de haber sido amigo personal de Andrés desde hace treinta y cinco años, he visto crecer a su hermosa y numerosa familia, fui testigo de su obcecada lucha contra las adversidades de su salud. También hemos sido compañeros en la cátedra, en la Procuración General y en la Cámara Federal. En esta última, el destino quiso que protagonizáramos el denominado juicio a las juntas militares. En él Andrés aportó su enorme empuje, que no sabía de desfallecimientos, su agudeza jurídica y su templanza para los muchos momentos difíciles que atravesamos.
Además, Andrés nos ha dejado su excelente obra jurídica, especialmente el Código Penal Comentado, del que fuera Director, y la revista de Derecho Penal y Procesal Penal, que dirigiera junto a Pedro Bertolino.
Que descanse en paz.
*Publicados en el Suplemente La Ley del lunes 13 de abril de 2009