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Año VI - Edición 117 29 de noviembre de 2007

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Confederación y federación en la génesis del Estado argentino, de Abelardo Levaggi

  • Reseñas Bibliográfica

Uno de los últimos lanzamientos del Departamento de Publicaciones de la Facultad, dentro de su colección “Investigaciones”, ha sido el libro “Confederación y federación en la génesis del Estado argentino”, del Profesor Titular Consulto en Historia del Derecho, Dr. Abelardo Levaggi. Al igual que otros trabajos recientemente publicados, esta obra fue el producto de una larga tarea de “laboratorio”, posibilitada gracias al apoyo económico de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos Aires.

La propuesta del libro es sin dudas ambiciosa, teniendo en cuenta la numerosa bibliografía existente en la materia. A través del mismo, el Dr. Levaggi intenta averiguar a ciencia cierta cuál fue el verdadero significado que, tanto en el discurso como en los textos jurídico-políticos, se les dio a las voces “federación” y “confederación” en el primer medio siglo de la historia argentina (desde 1810 a 1860).

A partir de una rigurosa exploración filológica, etimológica e histórica, el autor llega a la conclusión de que la historiografía argentina en general ha cometido -e incluso lo continúa haciendo actualmente- numerosos errores de interpretación, por no haberse detenido a pensar cuál era la real acepción de aquellos términos, alrededor de los cuales se construiría la famosa antinomia de “unitarios y federales”.

Para este profesor, resulta claro que hoy en día “federación” y “confederación” son dos conceptos bien diferenciados para la doctrina constitucionalista: la “federación” es una forma de Estado que supone una soberanía compartida entre la nación, con jurisdicción general, y las provincias que la integran, con jurisdicción local; mientras que la “confederación” es una asociación de Estados independientes, con soberanía propia, que se unen a través de un tratado, para lograr determinados fines comunes en el plano internacional.

Sin embargo, nuestro autor explica que dichos términos recién gozaron de esa distinción terminológica recién a mediados del siglo XIX, y que anteriormente tanto los Estados “federales” como los “confederales” eran designados con la misma voz de “federación”, vinculándose de género a especie. Para llegar a esta conclusión, el Dr. Levaggi se remonta a los primeros tiempos de la historia política occidental, y encuentra los presupuestos del federalismo moderno en Israel (hacia el siglo XIII a.C.) y en Grecia (hacia el siglo III a.C.), pasando por los ejemplos más contemporáneos de Holanda, Suiza, Estados Unidos, y el Imperio Alemán de fines de siglo XIX, para dar cita asimismo a los autores precursores en la materia, como Bodin, Althusius, Pufendorf, Montesquieu, Tocqueville, Zacharia, entre otros.

Este estudio histórico le dio pie a nuestro autor para revisar el valor literal moderno que muchos doctrinarios del siglo XX le arrogan a los términos “federal” o “nación” cuando eran utilizados en nuestra patria hasta antes de la Constitución de 1853.

Entendiendo, por el contrario, que el término “federación” era utilizado como sinónimo de “confederación” en los primeros tiempos, Levaggi propone una relectura del proceso post-revolucionario, sobre la base de las siguientes premisas teóricas: 1) Para la mayor parte de la opinión pública contemporánea a la Revolución de Mayo (incluyendo tanto a “unitarios” como “federales”), la acefalía del trono español no fue sucedida por una soberanía nacional preexistente (en términos del “federalismo” actual), sino por una soberanía dividida en cada una de las ciudades que componían el antiguo Virreinato; 2) En consecuencia, luego de la Revolución de Mayo, cada ciudad recuperó su igualdad respecto de las otras, y cada una tenía plena libertad para decidir su destino; 3) Sin embargo, había existido un sentido histórico-cultural -aunque todavía no político- de lo “nacional”, que llevó a las ciudades a establecer una relación de coordinación, de tipo “confederal”, legislada a través de pactos o acuerdos de voluntades que requerían decisiones unánimes.

Esta visión alternativa, conduce a Levaggi, por ejemplo, a repensar la visión que se tiene sobre ciertos episodios históricos -como la “Anarquía de 1820” o la emancipación del Paraguay y de la Banda Oriental-, los cuales, desde este nuevo punto de vista, no habrían representado conductas “anti-federales” (en los términos en los que era entendido el “federalismo” en aquella época) ni un fracaso para la Revolución de Mayo, sino la consecuencia natural de esta última. En ese sentido, nuestro autor se pregunta si tal vez la intención de los revolucionarios no fue la de lograr de manera directa una integración nacional, sino la de recuperar la soberanía independiente de las provincias, para que éstas pudieran decidir libremente una futura relación de unión federativa, opuesta a la hegemonía del centralismo porteño.

Por otra parte, siendo que la palabra “federales”, utilizada como oposición a “unitarios”, no tenía en la primera mitad del siglo XIX el significado que tiene actualmente (sino que en aquellos tiempos era un mero sinónimo de “confederación”), no debe sorprendernos entonces que ciertos autores decimonónicos hayan apoyado el “federalismo” (como hoy se lo entiende) siendo “unitarios”, puesto que el Estado argentino federal actual da cierta preeminencia a la soberanía nacional sobre la provincial.

Haciendo esta disquisición semántica relevante, Levaggi demuestra que los acontecimientos históricos que han desencadenado en la “Nación federal” actual, no fueron fruto de la casualidad o de la confusión, sino que, al igual que en otras tierras que vivieron procesos políticos similares -como Estados Unidos-, fueron parte de una evolución paulatina que inexorablemente debió transitarse: de la independencia colonial (Revolución de Mayo), a la independencia provincial (“Anarquía del ‘20”), pasando por la confederación (el “Pacto Federal”), hasta llegar a una síntesis de unitarismo-federalismo (Constitución de 1853), que culminara finalmente en un Estado federal (Reforma de 1860).

Partiendo del convencimiento de que “el pasado sólo puede recrearse adecuadamente una vez que se hayan recuperado las ‘significaciones de los conceptos empleados realmente durante el período histórico’ investigado”, el Dr. Levaggi logra una obra de alto valor histórico, jurídico y político, que invita a repensar, desde un lugar un tanto inusitado, la visión tradicional que la bibliografía clásica transmite sobre ciertos hechos de la historia primigenia de nuestro país y sus protagonistas.