La paradójica belleza platónica de la pena de muerte
En el Salón Rojo, el pasado 5 de diciembre se realizó la conferencia "La paradójica belleza platónica de la pena de muerte", a cargo de Luis Fallas López. Organizaron en conjunto la Secretaría de Investigación y el Grupo de Trabajo sobre Derecho Griego Arcaico y Clásico y su Recepción (DEGRIAC) del Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho.
Cabe destacar que el orador es doctor en Filosofía por la Universidad de Granada, España. Catedrático de la Universidad de Costa Rica. Docente en la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, el Posgrado en Filosofía y diversas maestrías de la Universidad de Costa Rica. Ha sido profesor invitado y conferencista en diversas universidades de Colombia, Argentina, Perú, Chile, Brasil, España, Puerto Rico y México.
Presentó y moderó Emiliano J. Buis, subsecretario de Investigación.
Al comienzo, el expositor sostuvo que uno de los problemas que mantienen en vilo a los defensores de los derechos humanos es el hacinamiento y el deterioro real de la vida en los centros penitenciarios de muchos países en desarrollo: “En Costa Rica, pese a tener una larga tradición de respaldo a políticas humanitarias, se ha propiciado desde hace ya décadas un modelo punitivo de justicia que no se ha visto acompañado por el fortalecimiento de la infraestructura carcelaria, con la consecuencia de que se han convertido en lugares de amontonamiento, donde incluso contar con espacios adecuados para dormir ya es un privilegio que se debe pagar. Mientras tanto la opinión pública insiste en la necesidad de una represión mayor y un aumento de las penas”.
A continuación, reconoció que el espíritu punitivo más duro reclama la reimplantación de la pena capital. “Esta medida, que sin duda hace recordar a Stuart Mills en un texto de 1868, escandalizaría a quienes podemos mirar con alguna distancia el asunto. Sobre todo porque choca con ciertos elementos básicos procedentes de los regímenes garantistas de los derechos humanos”, indicó. En este sentido, se preguntó: “¿No sería más generoso ofrecerle la muerte a una persona que ha cometido una gran injuria social que no podrá llevar una vida digna sino un sistemático castigo en el que se destaca la convivencia con indiciados que son impredecibles y tienden a ser como mínimo agresivos y unas condenas que llegan a cincuenta años con una escasa esperanza de perdón, una ausencia de actividades que permitan al menos un descanso psicológico de la situación, el emparamento de sus manejos de emociones, razones y decisiones entre otras cosas?”. Y agregó que “por supuesto, hablar de una solución o iniciativa de esta naturaleza resulta una afrenta a los argumentos que parten de los derechos humanos”.
A continuación, retomó las ideas de Platón. “Lo que me interesa a mí es ver cómo entiende Platón esto del castigo, cuáles son algunas de las consecuencias de este castigo, para qué se hace, por qué se hace y qué sentido tiene en Platón. Hay que decir que Platón es un firme defensor de la pena capital y que era completamente común a su época”, señaló. “Castigar no se hace pensando en el mal sino en la mejora de la persona y en hacerla menos miserable, más cuando se llega a crímenes como los citados y que en general van en contra de los dioses, las disposiciones de los padres de la ciudad o en contra de la propia ciudad”, sostuvo.
En relación con lo anterior, indicó que es tan grave la afrenta que la muerte casi no parece bastar, si no fuera porque puede ser conocida como un ejemplo para los demás: “Es allí donde se entiende su carácter estético. Una muerte alecciona, contiene posibles infractores, pero sobre todo, representa la congruencia de un sistema político que no ha de permitir fisuras y que entiende que en caso de que se den estas han de ser aprovechadas para el bien de todos”. En consecuencia, lo que puede parecer la más grave afrenta se convierte en un medio para la formación ciudadana y el propio infractor pasa de ser delincuente a un ejemplo para los demás.
“Un modelo que aceptando su falta lo convierte en una ofrenda para el bien de quienes siguen en esta comunidad. Si la belleza tiene que ver con el ser armónico o el decoro o la buena configuración y un movimiento grato o adecuado ritmo, la muerte lo sería en la medida que permite recuperar lo perdido en esta comunidad que se ha visto rota, ensombrecida, negada y desacoplada”, desarrolló y sumó que “con ella además se ha de recuperar el sentido de responsabilidad, el honor, la dignidad de quien sabe que se debe a los demás y que solo en esa comunión puede entender el horizonte de su vida”.