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Año IV - Edición 74 15 de septiembre de 2005

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El régimen político Argentino desde 1983 hasta la fecha

  • Notas

¿En qué régimen político vivimos realmente, más allá de lo formalmente establecido en la Constitución? Esta es la pregunta central a la que intentó dar respuesta el Dr. Camilo Camilloni en una nueva cita del Seminario Permanente sobre Reforma Política que lleva adelante el Instituto de Investigación Ambrosio Gioja.

Camilloni indicó que el período iniciado en 1983 tiene la particularidad de que todas las personas adultas lo vivieron y pueden dar testimonio de ello. Para comenzar su análisis, propuso (re)definir el concepto de régimen político. Este término, que existe desde Platón y Aristóteles, sería algo así como “un vino nuevo en un envase viejo”.

El próximo paso fue tratar de establecer qué entendemos por régimen democrático. Para Norberto Bobbio, la democracia consistía en la decisión de una mayoría informada y educada. Sin embargo, este autor italiano luego reconoció como obstáculo a la democracia su imposibilidad innata de educar a los votantes. Por otro lado, para el Programa de Desarrollo de la UNESCO, aquello que define a la democracia tiene que ver con lograr metas de eficacia y eficiencia social. El problema en este caso es que necesitamos recurrir a indicadores económicos. Y en esta auditoría que debemos realizar, veremos que en el período analizado la República Argentina es el país latinoamericano que menos metas ha alcanzado y cuyo retroceso ha sido del 225 %.     

Entonces Camilloni se preguntó: “¿estamos viviendo en un régimen democrático?”. Aseguró que  todavía no tenemos respuestas ciertas. Pero al menos sabemos que se trata de gobiernos postautoritarios.

Para el disertante, el fracaso de las políticas neoliberales aplicadas en nuestro país se demuestran empíricamente; basta ver la cantidad de presidentes latinoamericanos que no terminaron sus mandatos. No obstante, rescató que al menos no fueron derrocados por golpes militares. Pero otro factor negativo de esta etapa está determinado por un altísimo grado de corrupción que aún subsiste. Lo llamativo, para Camilloni, es que este tema ha sido absorbido por el régimen político como algo normal y la sociedad maneja este delito público como un tabú.

En última instancia, a priori, las características de nuestro régimen serían: no se trata de un régimen autoritario, pero tampoco de una democracia social. “¿Qué conspira contra la consolidación democrática?”, se cuestionó. Desde el punto de vista de Portantiero, la democracia se afirma cuando luego de dos períodos constitucionales asume un representante del partido opositor. Aquí todavía eso no sucedió, dado que Menem tuvo que cambiar las reglas constitucionales a mitad de camino. Pero desde un lugar sustancial, para Camilloni la fragilidad institucional es evidente: tenemos un presidente que asumió con un porcentaje bajísimo de votos y ya lleva dictados cerca de 100 decretos de necesidad y urgencia. Por otra parte, en nuestro país hay una proliferación de partidos políticos (más de 200), cuando en las naciones vecinas como mucho hay 20. “Esto evidencia que necesitamos de manera urgente una reforma política”, aseveró. La Fundación Konrad Adenauer, tomando varios países, sacó la conclusión en el año 2003 de que los únicos países que cumplen medianamente con la Constitución son Uruguay y Chile. Argentina figura última y dentro del tercio más corrupto.

A nivel social el panorama no parece más optimista. Tenemos, según datos oficiales citados por Camilloni, el 50 % de la fuerza laboral en negro; una inflación incipiente que incide principalmente en la canasta familiar; 600 % de aumento de los niños que trabajan; el 70 % de la población declara no conocer la Constitución; casi el mismo porcentaje declara no conocer la Reforma del ´94; el 43 % sostiene que en ciertas circunstancias es necesario violar la ley; de los 4.500 cestos de basura que instaló recientemente el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 1.500 fueron robados en la primera semana; según sondeos universitarios, el 30 % de los estudiantes no conoce para qué son los comicios próximos; y, para colmo, Argentina invierte 1/8 de lo que Paraguay, anualmente, por cada alumno universitario. La conclusión de Camilloni es que la educación democrática en nuestro país es un desastre. Entonces, si no tenemos ciudadanos menos puede haber democracia.

Pero más allá de todo el asombro pesimista –o “deprimente”, como diría Camilloni–, la mayoría de la gente prefiere un sistema constitucional democrático a uno autoritario. Esto, que parece un comportamiento esquizofrénico, al menos parece ser positivo. Sin embargo, Camilloni concluyó con la siguiente duda: “¿Hasta cuándo puede expresarse la opinión pública de este modo inorgánico”.